La unidad y el gatopardismo de la izquierda

Por: 

Alberto Adrianzén

El autor expone sus puntos de vista sobre el muy actual tema de la unidad de las fuerzas progresistas.

En estos últimos días, junto a artículos publicados en medios y comentarios difundidos en las redes sociales sobre la conformación de un frente progresista que privilegian el insulto y las medias verdades, han aparecido también otros con reflexiones interesantes. Me refiero en particular a los de Raúl Wiener, Héctor Béjar, Antonio Zapata, así como las cartas entre Gregorio Santos y Marco Arana, sobre la necesidad de unir a las izquierdas.

Si bien todos ellos abogan por la unidad, desde diversas perspectivas políticas y con diferentes argumentos, cabe también preguntarse si la llamada unidad de las izquierdas es una condición necesaria para que éstas avancen en el país.

La unidad es un viejo anhelo de muchos izquierdistas, con y sin partido, que tiene como telón de fondo el trauma y posterior derrota que generó la ruptura de Izquierda Unida en 1989. Desde ese año hasta la actualidad los fracasos de la izquierda no han hecho otra cosa que reforzar ese viejo deseo.

Sin embargo, ante este hecho traumático, la primera explicación, por lo general, no es la mejor respuesta ni la que logra explicar las causas profundas de lo que le sucede a determinadas personas y grupos.

Por eso creo que los problemas de las izquierdas no se encuentran solo en su falta de unidad y menos en la tan mentada ausencia de unidad programática sino más bien en otras causas que de no ser enfrentadas y solucionadas en el corto plazo, incluso uniéndonos, nos conducirían a la derrota.

Si leemos la carta de respuesta de Marco Arana a Gregorio Santos en la que propone cambiar el modelo económico neoliberal extractivista; una nueva Constitución; profundizar; fortalecer el proceso de descentralización; luchar contra la corrupción, el narcotráfico y la inseguridad ciudadana; promover inversiones privadas y públicas para la diversificación de nuestra economía generando más empleo en condiciones dignas y seguras; proteger los derechos territoriales de los pueblos indígenas de la Amazonía y de las comunidades campesina; así como construir un país libre de todo tipo de discriminaciones, es difícil encontrar un punto de desacuerdo. Aun cuando se le puede observar a Arana, como a la mayoría de partidos de izquierda, que su propuesta de bases programáticas es incompleta al no considerar una indispensable política exterior integracionista.

Personalmente considero que el parteaguas de una postura progresista es, justamente, el tema de la integración sudamericana y no como otros creen, el ecológico o medioambiental, siempre sujeto a realidades complejas y difíciles como lo demuestran las experiencias últimas en Bolivia y Ecuador.

También hay acuerdo respecto a resolver el eterno problema de las candidaturas a través de métodos democráticos. A lo que habría que añadir la alternancia (hombre-mujer o mujer-hombre) en las listas.

Entonces, si éstos no son los desacuerdos, ¿cuáles son? Creo que, hasta ahora y salvo mejor parecer, son tres los inconvenientes que existen para el logro de la unidad: a) el rechazo a la presencia de Yehude Simon en el espacio progresista que para Marco Arana, y otras personas es un tema “fundamental” para la unidad; b) la interpretación sobre la participación de un sector de izquierda en el triunfo y en el gobierno de Humala; y c) el llamado “recambio generacional”.

Sobre el primer punto basta citar lo que dice con mucha razón Raúl Wiener respecto al rechazo o veto a Simon, por el cual algunos grupos y personas “quisieran convertir el tema de la unidad contra un gigantesco enemigo, en una revisión sobre los rabos de paja y las cosas que no nos perdonamos a pesar de las autocríticas”.

Dicho en otras palabras: poner en la misma balanza a Simon y el reto de enfrentar “un gigantesco enemigo” que es la derecha, como dice Wiener, es una exageración y un error. Además, para eso están los métodos democráticos que sirven, justamente, para solucionar estos desencuentros y desacuerdos.

Sobre el segundo tema hay que ser muy claros. En la campaña y triunfo de Ollanta Humala participaron la mayoría de partidos de izquierda. Incluso algunos que hoy están enfrentados, tuvieron cargos ejecutivos en la primera etapa. Además, si no fuera por el triunfo de Humala y el de Susana Villarán en Lima, que fue una suerte de anuncio de lo que se venía, otra sería la situación de las izquierdas.

Hay que reconocer no solo que aquellos grupos que quisieron mantenerse al margen de la candidatura de Humala y Villarán fracasaron políticamente sino también que ambos triunfos dieron un poco de oxígeno para que las izquierdas y el progresismo tuviese significación y relevancia en la actualidad. No en vano hay acuerdo de las distintas izquierdas de aliarse con sectores nacionalistas.

Y sobre el último punto, lo que habría que decir es que, incluso más que un necesario recambio generacional, lo que se requiere, y con suma urgencia, es un recambio social de las élites de izquierda.

En realidad, la lucha por liderazgo en la izquierda, más allá de la edad de cada uno de los miembros que la conforman, sigue siendo una lucha entre sectores de las clases medias de Lima y, en menor medida, de provincias.

Un verdadero cambio en las izquierdas será cuando los sectores populares construyan una auto-representación. Lo que en Bolivia se llama una dirigencia “plebeya” y por eso es que, acaso, sea el país donde se ha producido el proceso más radical y significativo de la región. De lo que se trata, por tanto, es unir al “pueblo” y no solamente a la izquierda.

Buscar la unidad y no resolver estos problemas, y otros más, entre ellos su carácter minoritario, social y políticamente, y cómo se debe enfrentar a una derecha poderosa que busca ubicar a las izquierdas en los márgenes de la sociedad, nos podría llevar a un escenario similar al que vivimos en 1989: una lucha abierta por el liderazgo, aunque con una gran diferencia.

En ese año la lucha se dio entre partidos orgánicos y dirigencias sólidas con fuertes y reales nexos sociales, hoy eso no existe lo que resalta aún más su carácter arbitrario y fratricida del actual enfrentamiento.

Por eso los argumentos que algunos predican sobre la construcción de un frente solo de izquierda, el comenzar a excomulgar y decir medias verdades, o el convertirse en guardián de una supuesta moral izquierdista, además de un error, solo nos conducirá a la derrota. Una suerte de gatopardismo, es decir, que todo cambie para que todo siga igual.

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