La turbulencia argentina y sus consecuencias políticas

Por: 

Carlos Alberto Adrianzén

El gobierno de Mauricio Macri enfrenta ciertamente su momento más difícil luego de casi tres años de haber sido electo. La corrida cambiaria de la semana pasada supuso una devaluación superior al 30%; cifra que aumenta hasta el 100% si se toma como referencia el mes de enero. Unido a lo anterior, el control de la inflación uno de los objetivos centrales del gobierno de Cambiemos, no parece desacelerarse. A inicios de año se anunció que esta oscilaría alrededor del 10%; hoy se estima que para fin de año llegará a alrededor del 40%.

Ni la inflación ni las crónicas devaluaciones son un acontecimiento poco usual en la economía argentina. Este país ostenta la tasa de inflación promedio más alta del mundo en los últimos 80 años. Más allá de la diversidad de diagnósticos sobre este problema,  lo cierto es que gobiernos de uno y otro signo, así como y regímenes democráticos, autoritarios y dictatoriales han tenido poco éxito en controlarla. 

Por otro lado, las abruptas devaluaciones han sido la forma usual en que muchos de los gobiernos argentinos han resuelto los crónicos problemas de balanza. Argentina, así como el conjunto de América Latina han sido en general muy dependientes de los flujos de capital, ya sea como inversiones directas o a través de mecanismos financieros. Súbitos cambios en las condiciones  marcaron el descalabro de gobiernos y modelos de desarrollo enteros. La restricción externa han clausurado los sucesivos intentos de industrialización de este país. 

Entre las principales tareas que se fijó el gobierno de Macri la corrección de los precios relativos por un lado y por otro el control de la inflación. Ambos elementos fueron presentados como parte de “la pesada herencia” con la que el gobierno tenía que lidiar. 

A estos objetivos de política se le deben añadir otros compromisos electorales como: la reducción y erradicación de una buena parte de los impuestos a la exportación repuestos luego de la crisis del 2001 y profundizados durante el kirchnerismo; el fin del cepo cambiario que es como se le conocieron a un conjunto de medidas que regularon y restringieron la tenencia de moneda extranjera por parte de importantes actores económicos. Sin embargo, la medida también alcanzó a pequeños ahorristas, principalmente sectores de clase media hacia arriba quien ven en esta moneda uno de los vehículos preferidos para proteger sus ahorros de la cíclica devaluación del país.

Por último, Macri señaló que dichos objetivos se desarrollarían de manera gradual buscando evitar un ajuste económico abrupto con altísimos costes sociales.

Corregir simultáneamente los precios relativos y la inflación parece haber sido una misión imposible para Macri. Cada aumento de tarifas públicas, de la gasolina o algún otro producto terminaban en una nueva ronda inflacionaria. 

Por otra parte el gobierno buscó reducir la emisión monetaria a través de un ajuste del presupuesto público como mecanismo para reducir la inflación. Además buscó capturar una parte de los pesos en el mercado ofreciendo altas tasas de intereses de corto plazo para contener el tipo de cambio y que este no produzca nuevas rondas de devaluación/inflación. 

Sin embargo, la fuerte reducción de los impuestos a la exportación y otras medidas conexas redujeron de manera importante la disponibilidad de dólares del gobierno argentino.  Ante este problema, dos salidas aparecían en el panorama. La primera, una lluvia de inversiones productiva en el país como producto de la victoria de un gobierno “amigo de los mercados”. La segunda vía consistía en salir a levantar fondos al mercado internacional. La lluvia no llegó y solo quedó salir a tomar créditos externos. Esta medida funcionó adecuadamente por un tiempo. El gobierno pudo obtener fondos del mercado internacional y además atrajo una serie de capitales de corto plazo llamados por las cada vez más altas tasas de intereses de instrumentos sumamente líquidos que el banco central argentino ofrecía.

A medida que los créditos externos se iban agotando las presiones devaluatorias crecían y amenazaban con reactivar el ciclo inflacionista. El aumento de las tasa de interés en EE.UU convirtió ese escenario potencial en real. Los créditos del mercado internacional se volvieron cada vez mas caros y escasos,  los capitales especulativos que llegaron al país hicieron maletas y se fueron. El gobierno quiso sostener el tipo de cambio para evitar nuevas rondas de devaluación/inflación y fracasó. En esta tarea gastó un buen número de sus reservas, mientras que los grandes jugadores aumentaban la apuesta por una devaluación que se produciría tarde o temprano. 

Finalmente el gobierno decidió dejar de gastar divisas y se produjo la primera devaluación, el peso paso de 20 a 30 con relación al dólar. Para evitar que el precio del dólar se disparara Macri debió recurrir a al FMI, palabra maldita si las hay en Argentina, para negociar un programa que le proveyera de la liquidez necesaria para pasar el invierno. 

El primer programa del FMI ha sido claramente insuficiente. La corrida de hace 10 días lo demuestra. El equipo económico argentino busca ahora renegociar las condiciones del fondo y acelerar el traslado de fondos y así evitar que el peso siga su curso hacia el abismo. 

Luego de su amplia victoria en las elecciones del año pasado para renovación el Congreso Nacional, nadie hubiera presagiado que el gobierno de Cambiemos estaría caminado al filo de la cornisa. Su programa económico no solo no ha resuelto el tema de la inflación sino que el ajuste y la retirada del Estado de la esfera económica están perjudicando seriamente a actores políticos de primera línea: los industriales medianos y pequeños y los sindicatos. Estos, piezas claves de lo que O’Donell llamó la coalición defensiva, no solo sufren cada vez más los efectos del  programa económico de Cambiemos; sino que cada vez más perciben que el sacrificio no los lleva a la tierra prometida. La única dificultad de la coalición defensiva es el impasse que atraviesa su socio político, el peronismo. Sin una conducción clara a su interior (si bien Cristina Fernández es el liderazgo más fuerte de ese espacio, resultad incierta su capacidad para ganar unas elecciones) el rompecabezas coalicional no termina de ensamblarse.

Las elecciones del próximo año pueden ser entonces una reedición del enfrentamiento electoral entre las coaliciones sociopolíticas que se han alternado la conducción del país.

El otro camino posible es que sea el macrismo el que termine trabando una alianza electoral con un sector del peronismo. Estableciendo una alianza más bien novedosa en términos políticos y cuyos efectos electorales estarían por verse. 

Por ahora, resulta poco probable que Cambiemos pueda enfrentar exitosamente su reelección si es que no teje alianzas con algunos otros actores políticos relevantes. 

(*) Candidato a Doctor en Ciencia Política y Docente de la Universidad Nacional de San Martín.

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