Karl Marx: su legado
Nicolás Lynch
Escribir sobre Marx a partir de una simpatía manifiesta y en un ambiente hostil no es tarea fácil. Pero creo que hay que hacerlo y en tono celebratorio. Que en el 200 aniversario de su nacimiento —hoy sábado 5 de mayo de 2018 que esto escribo— haya sido recordado desde trincheras radicalmente opuestas y casi siempre resaltando lo acertado de su pensamiento, no es poca cosa.
Todavía recuerdo, veinte años atrás en 1997, la tarde de verano en que me perdí en el metro de Londres tratando de llegar al cementerio de Highgate para rendirle mi homenaje personal frente a su tumba. Me quedó la frustración de no haber llegado pero también la satisfacción de saber que su llama seguía viva dentro de mí.
Lo crucial a resaltar es que se trata del pensador más influyente de nuestro tiempo. Para bien o para mal, acertado o equivocado, simpático o antipático, pero el más influyente. En un mundo como el actual en el que hay una industria de la influencia, millones de veces más poderosa que cuando Marx vivía y a la que no debe causarle mucha gracia su figura, esto es un mérito formidable.
Pero su influencia no se da sobre cualquier tema, sino por el tratamiento, acertado desde mi punto de vista, de la naturaleza y evolución del sistema capitalista que se basa en la explotación, y entre nosotros, en la sobre explotación de los trabajadores. Este es el quid de la cuestión. No por gusto lo vuelven a citar una y otra vez ante cada temblor producido por las recurrentes crisis que el propio Marx presagiara. Que el sistema dominante en el planeta recurra a su proclamado enterrador para explicarse a si mismo hace que sobren las palabras.
Marx junta tres cuestiones muy claras para cualquiera que se acerca a su obra y a las repercusiones de la misma, pero que son difíciles de relacionar por el ambiente reaccionario de la época. La primera es que se trata de un intelectual crítico y la crítica suele ser contra el poder establecido, de allí su atractivo para los rebeldes y el malestar que causa entre los que ostentan el poder. La segunda, su convicción temprana de que la crítica no es un ejercicio banal sino que debe estar dirigida a transformar el mundo. Criticar para transformar, he allí la clave de su pensamiento.
Y la tercera, la formidable repercusión que esta relación entre la crítica del sistema capitalista y la transformación revolucionaria del mismo ha tenido en todo el planeta. Una transformación cuyo horizonte, insiste Marx, no está en la promoción del egoísmo individual sino en la fuerza de la solidaridad colectiva. Más allá de los avances y retrocesos, éxitos, derrotas y hasta catástrofes, que su influencia ha producido es indudable que el balance es positivo. A diferencia de lo que el propio Marx creyera, quizá si las consecuencias reformistas han sido más firmes y duraderas en el tiempo que las revolucionarias. Pero nadie como él ha contribuido a los derechos y el bienestar de las personas, en una perspectiva no solo de libertad política sino sobre todo de libertad humana.
Este horizonte emancipador que va más allá de la política, porque pretende liberar al ser humano de la enajenación que produce el sistema, es el que hace volver una y otra vez a él cuando las formas fracasan pero los problemas de la explotación y la depredación persisten y hay que volver a empezar casi desde cero. Sobre todo, esto se hace más patente que nunca cuando la crítica teórica y práctica del capitalismo devela viejas formas de opresión y explotación y junto con las de los trabajadores las pone delante de nuestros ojos como nuevos objetivos de lucha. Este es el caso de tres grandes movimientos de nuestro tiempo: el feminista, que renueva nuestra visión de la sociedad, el que reivindica a los pueblos originarios, conectándonos con nuestra más antigua tradición y el ambiental que nos hace tomar conciencia de la destrucción progresiva de la naturaleza y el mundo en que vivimos.
Muchas veces en estos años, en especial mis alumnos de San Marcos, me han preguntado si sigo siendo marxista. Les he respondido una y otra vez que eso sería un despropósito para el propio Marx tan alejado en sus reflexiones del congelamiento de las ideas y tan firme en la dialéctica del pensamiento. Pero es indudable que mis convicciones han tenido una influencia definitiva de este prusiano universal. No hubiera vivido en esta tensión vital, creo que para bien, entre pensamiento y acción sino hubiera sido por Marx.
Por ello señalo que el objetivo que marcó su vida, la lucha por la libertad humana, nunca ha estado mejor servido.
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