Kafka es peruano
Fernando de la Flor A.
Es probable que el título de esta nota sea un refrito. Acepto incluso que ronde la falta de originalidad. Y es que tantas cosas se han dicho y escrito en nombre de Kafka, que casi resulta un lugar común citarlo. Sin embargo, lo menciono, quizás por enésima vez, porque su aporte ha trascendido los tiempos y los lugares. Kafka es creador, esencialmente, de las cosas absurdamente complicadas. Mucha gente puede ignorar quién fue el escritor de La metamorfosis o El proceso, pero es bastante seguro que sí sabrá identificar el concepto kafkiano. Como en el Perú, las cosas están deviniendo en absurdamente complicadas, la implicancia resulta evidente: Kafka es peruano.
Cualquiera sea el ámbito de la administración del Estado o de los servicios públicos que prestan las entidades privadas, a las que un ciudadano tenga que recurrir – y digo cualquiera –lo más probable, con sus más y sus menos, es que enfrentará al fenómeno kafkiano. Pruebas al canto: desde que un peruano sale de su casa y debe ir a su trabajo (si lo tiene), pasa un sufrimiento ineludible: el tráfico. No solo por los vehículos de transporte que utiliza (ómnibus, micros, taxis), poniendo en serio riesgo su vida, sino por las señales de tránsito y los policías llamados a administrarlas: encasquetados en sus prehistóricos (y poco estéticos) cascos blancos, estos policías hacen las veces de semáforos sin que aquellos estén desconectados, haciendo que avancen los vehículos que están en luz roja y permanezcan parados (largos e interminables minutos) aquellos que están en luz verde. El mundo exactamente al revés o – lo que es lo mismo – sufrir el fenómeno de complicar absurdamente las cosas. Intentar persuadir a alguno de estos guardianes del orden simplemente para que los semáforos –como aparatos fabricados exclusivamente para eso - cumplan su función, es revivir a Kafka.
Y si ese ciudadano, en su día de descanso familiar, quisiera ir a pasear por la Costa Verde, en Lima, Kafka y el fenómeno kafkiano coinciden en su vocación peruana. ¿Cómo puede ocurrírsele a alguna autoridad cerrar (o dificultar) el pase- impedir el acceso o hacerlo molestoso en extremo - de sus ciudadanos, al único mar que está frente a su ciudad, al iniciarse la temporada de verano? ¿Por qué se complican absurdamente las cosas? ¿Puede alguien imaginar a las playas de Río de Janeiro inaccesibles al pueblo porque a alguna autoridad se le ocurrió repavimentar las pistas durante su época de sol y calor? Y si algún aludido peruano responde que no es verdad que las playas de la Costa Verde no estén accesibles al público, sino solo a quienes se trasladan en vehículos, relevaría de pruebas para acreditar su filiación kafkiana.
Hacer referencia a la visita a una dependencia policial y a la búsqueda de algún apoyo porque se sufrió algún robo, asalto o simple acosamiento, es como encarnar a Josef K., el personaje central de la obra El proceso, de Kafka, quien es encarcelado sin saber de qué se le acusa y juzgado por un tribunal en forma, y luego de haberse defendido con abogado, invocando la ley y los principios generales de derecho, resulta sancionado y ejecutado, siempre sin conocer el por qué. Dicho de otra manera, acudir al auxilio policial en el país es correr el riesgo de terminar exactamente en el lugar contrario. Y aquí ya no se trata solo de las cosas absurdamente complicadas, sino de la filosofía kafkiana, aquella que tiene que ver con la angustia y la pesadilla.
Pero no sería justo dejar de mencionar, en este sucinto recuento de lo peruano y lo kafkiano, al servicio telefónico y sus complementos (cable, Internet), prestado por empresas privadas, a cuyas condiciones técnicas, económicas y operativas, solo cabe adherirse, sin discusiones. Consumos que no son reales, cobros excesivos, desperfectos originarios sin corregirse, en fin, errores de facturación frecuente, no eximen de responsabilidad a quienes tienen la obligación de prestar un servicio público eficiente.
En el Perú, la idea del servicio público no es servir al ciudadano: es hacerle la vida complicada. Absurdamente complicada.
Y termino esta nota con una experiencia personal: por orden médica tuve que colocarme una inyección. Compré el medicamento y la jeringa y solicité en la farmacia que hicieran el servicio. Me contestaron que ya no estaban autorizados, que ese procedimiento debería hacerse en un establecimiento hospitalario (clínica, posta médica, policlínico). Crucé de la farmacia a la clínica –estaba al frente – y pedí que me pusieran la inyectable. Me contestaron que no: solamente podían hacerlo si el medicamento lo hubiese comprado en la propia clínica. Les dije que ese era precisamente el caso. Insistieron en su negativa: la receta del médico tenía que ser también de la clínica. No podía creerlo: Kafka estaba revivido.Fui a otra clínica y ocurrió exactamente lo mismo. Confirmé mi sospecha: Kafka es peruano. Complicar absurdamente las cosas es una manera de ser peruano.
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