Inglaterra y el nuevo puerto en las Malvinas
Daniel Kersffeld
De manera sorpresiva, el pasado 1° de agosto el gobierno de las Islas Malvinas finalizó las negociaciones con la empresa naval Harland & Wolff para su principal proyecto estratégico en los próximos años: la construcción de un puerto de gran escala en Puerto Argentino.
El nuevo puerto resultará fundamental para reforzar la presencia militar británica y, por extensión, también de la OTAN, en un momento de incremento de las tensiones con otras potencias con una presencia cada vez mayor en el territorio austral. China y, en menor medida Rusia, son presentados como las principales amenazas para justificar la constante avanzada inglesa sobre la soberanía argentina en el Atlántico Sur.
En la decisión contra Harland & Wolff tuvo un peso considerable el nuevo gobierno laborista de Keir Starmer, que de manera todavía silenciosa comenzó a asumir un peso preponderante en la vida de los isleños y, especialmente, en la economía de las Malvinas.
Pese a su prestigio y a su importancia como constructora de puertos y navíos, la empresa Harland & Wolff, artífice del mítico RMS Titanic hundido en 1912, se encuentra actualmente en una situación económica sumamente compleja, resultado de años de malas gestiones administrativas.
Apenas tres días después de concluido el diálogo con la compañía de Belfast surgió el nombre de su nuevo reemplazo: la empresa naviera Keynvor MorLift Ltd, conocida por su sigla KML, y radicada en el puerto de Falmouth, en Reino Unido.
Tal como se consigna en su sitio web, se trata de una empresa especializada en otorgar servicios y operaciones marinas en tierra, mar adentro y costa afuera. Posee una amplia experiencia en ingeniería civil marina, en la construcción de obras de energía renovable y en proyectos de carga, así como también en operaciones de salvamento y otros servicios especializados.
Resultó evidente que para Londres la construcción de un nuevo puerto es un proyecto de enorme relevancia estratégica, y que resulta demasiado importante para dejarlo en manos de una empresa que, más allá de su historia, se proyecta hacia un futuro inestable y poco claro. KML, en cambio, se presenta mucho más sólida en lo económico y, sobre todo, más adecuada a los tiempos actuales.
El rediseño del puerto de las Malvinas implicará la ampliación de una estructura que ya se encuentra al límite de su vida útil. La nueva instalación será un puerto de aguas profundas, con una mayor dimensión y albergará todo un sistema de diques flotantes. El mayor flujo comercial previsto obligará, además, a rediseñar la actual carretera de acceso al puerto y su calzada vehicular.
Por otro lado, y gracias a sus nuevas instalaciones portuarias, el Reino Unido espera que las Islas Malvinas cumplan un papel de importancia como centro de reaprovisionamiento para aquellos barcos que se desplazan hacia y desde el Océano Pacífico y que utilizan pasos naturales como el Estrecho de Magallanes, el Canal de Beagle o el Pasaje de Drake.
Los actuales problemas del Canal de Panamá, por el alto número de navíos que buscan atravesarlo, pero más aun, por la sequía producida por el cambio climático, convierten al Atlántico Sur en un área cuya relevancia estratégica resulta innegable en términos comerciales.
De igual modo, se contempla la utilización de las Malvinas como un puerto de escala para acceder al espacio antártico, un continente en creciente disputa, y cuya área territorial reclamada por Reino Unido se superpone, además, con las reivindicadas por Chile y por Argentina.
La proximidad al Polo Sur se convierte además en una prioridad en un momento en que el Tratado Antártico amenaza con resquebrajarse frente a las ambiciones de las principales potencias en la búsqueda de recursos naturales, hidrocarburos y riquezas de todo tipo bajo el manto de hielo, pese a las restricciones que deberían mantenerse, al menos, hasta 2048. Un nuevo puerto, mucho más amplio y mejor adecuado a las actividades económicas de un área marítima reclamada por Argentina, también resulta requerido para la actividad pesquera, el principal motor económico de las Malvinas, que representó el 65% del PIB de las Islas en 2023.
Las autoridades británicas isleñas no sólo extraen calamar loligo e illex, bacaladilla, merluza, bacalao y merluza negra, sino que además otorgan licencias de pesca a navíos de diferentes países, generando un perjuicio para Argentina de más de 200 millones de dólares anuales.
Por último, se encuentra el proyecto más redituable a mediano plazo y que para el Reino Unido resulta de máxima importancia: el yacimiento petrolífero Sea Lion, ubicado 200 km al norte de las Malvinas. La compañía israelí Navitas Petroleum, en asociación con la británica Rockhopper Exploration, presentó recientemente un estudio de impacto ambiental por las futuras actividades extractivas, como un paso necesario para seguir adelante con este proyecto energético.
Las ganancias, proyectadas a treinta años, equivalen a 300 millones de barriles, posibilitando ingresos al Reino Unido por, al menos, 25 mil millones de dólares. Por contrato, KML debería terminar la construcción del nuevo puerto a fines de 2027, justo cuando empiece a fluir el hidrocarburo y se comienza a desarrollarse un polo petrolero con amplias implicaciones globales.
Resulta más que evidente que, con el nuevo puerto, el Reino Unido no perderá oportunidad para maximizar sus ganancias a partir de la posición geopolítica privilegiada de las Islas Malvinas.
De igual modo, es claro que la falta de reacción del gobierno argentino sólo podría ser por desidia o, peor aún, por presunta complicidad ante sus ambiciones por sumarse a la OTAN y por integrar un bloque occidental de naciones contra las principales potencias emergentes. Una decisión fatal que, en los hechos, implica resignar todo avance y discusión sobre Malvinas y, finalmente, el abandono de los reclamos de soberanía argentina en el Atlántico Sur.