García agita los cuarteles
Carlos Bedoya
De Alan García se supo rápidamente que era un político corrupto ni bien dejó de ser presidente por primera vez. Y aunque se libró de ser acusado en el Congreso de esa época por la correlación de fuerzas que logró mover cuando aún era senador vitalicio, antes del golpe de Fujimori; los casos Mirage, Zanati y un largo etc. quedaron grabados en la opinión pública con un sello de impunidad propio de un hábil zoonpolitikón.
Tras su primer mandato, pasó de clase media a clase alta igual que gran parte de su cogollo. Pero después de su segundo gobierno ya estamos hablando de un García Pérez muy rico que sabe, además, que antes de que siquiera se atrevan a procesarlo por enriquecerse en el poder, hay varios compañeros dispuestos a comerse un buen tiempo en prisión en nombre del partido.
Y de allí que hasta se construyera su propio cristo en el Morro Solar para dejar en claro que su estigma de corrupción es más bien un punto a favor en un Perú carcomido por la descomposición moral.
En esa lógica, colegios emblemáticos, agua para todos y otros casos más de robos del García II no serían mella en su intento por ser nuevamente candidato a la presidencia.
Total, si la gente lo eligió en el 2006 después del apocalipsis y los robos del 85-90, le sería mucho más fácil vender la imagen de su segundo gobierno como uno exitoso –porque gozó para su suerte del tremendo boom de los metales– y llegar a la segunda vuelta en el 2016.
Sin embargo, como nunca antes le había pasado, García Pérez se encuentra en serios aprietos, porque el tema de los narcoindultos y su posterior vinculación con Oropeza, son mucho más difíciles de manejar que todas sus pillerías previas. Incluso más que las matanzas de los penales y otras cuentas pendientes con los derechos humanos durante la guerra interna.
Y eso porque es bien rochoso haber firmado de puño y letra la liberación de bandas de narcotraficantes enteras con cabecillas y todo. Por más hábeas corpus o acciones de amparo que frenen una acusación constitucional o incluso un proceso penal, el rótulo de indultador de narcos ya lo tiene en la frente en un momento en que el tema de la seguridad ciudadana quema.
Además, a la embajada gringa no le ha hecho gracia para nada que se indulten a narcotraficantes que la propia cooperación de Estados Unidos ayudó a capturar. No por nada el embajador en el Perú es ahora Brian A. Nichols, ex subsecretario de Estado Adjunto para Asuntos Antinarcóticos Internacionales.
García Pérez sabe que las encuestas ya le vienen pasando factura y que, si el tablero político no se mueve dramáticamente, de seguro se queda fuera de la segunda vuelta. Por eso ha decidido mover con todo la coyuntura metiendo en el escenario un supuesto golpismo humalista. Y en ese camino, poco le importa mandar a sus operadores a azuzar un cruce de espadas en el Ejército ahora que se abre el proceso de ascensos. Es que cuando Alan se desespera poco le importa mandar al diablo al país entero si lo cree necesario.
Publicado en El Diario UNO, 24 de setiembre 2015
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