Eurofascismo europeo: la rebelión del sur*
Manolo Monereo
El término es de Emmanuel Todd. Lo que quiere decir es claro y directo: las políticas que están poniendo en práctica las instituciones de la Unión Europea están creando condiciones para el retorno del fascismo en el sur de Europa. ¿Exageración? No lo creo. Vayamos a los hechos.
Las así llamadas políticas de ajuste y austeridad están significando una autentica involución civilizatoria en estas sociedades. El objetivo es transparente: una enorme redistribución de riqueza, renta y poder en favor de los grupos económicamente dominantes, de la plutocracia. Ahora se trata de devolver a los bancos alemanes, franceses y demás acreedores preferentes (se han cambiado constituciones, como la española, para garantizar esto) lo que prestaron a los bancos y a empresas de sur. Se rescatan bancos y no países; para decirlo con más precisión, son los ciudadanos y ciudadanas, las mayorías sociales, los que tienen ahora que pagar la enorme factura de despilfarros, especulaciones sin límites e ineficiencias generalizadas de unos grupos de poder económico que durante una décadas realizaron la vieja utopía del alquimista: convertir en oro las piedras, es decir, ladrillos y terrenos en construcción.
Los neoliberales siempre lo han tenido claro: transformar la sociedad, usar el poder político a fondo, intervenir coercitivamente (muchas veces previo golpes de Estado) para mercantilizar las relaciones sociales, desregulando, privatizando, desmontando, pieza a pieza, los controles sociales y políticos que han protegido a las personas del capitalismo. La clave: realizar cambios de tal magnitud y radicalidad que lo hagan irreversibles. En eso son (contra) revolucionarios: transformar todas las estructuras básicas para garantizar duraderamente el poder de los que no se presentan a las elecciones y siempre mandan; si es posible, desde regímenes formalmente democráticos y si no, estados de excepción y autoritarismo de geometría variable.
Lo nuevo, aquí y ahora, es que son las instituciones de la Unión Europea, la así llamada Troika (Banco Central, Comisión y FMI) las que está ejecutando sin piedad estas políticas. Pasamos de “refundar el capitalismo”, al inicio de la crisis, a subordinar a toda la sociedad a los intereses de una oligarquía financiera sedienta de capital y necesitada de expropiar derechos y bienes públicos a la ciudadanía. No hay que engañarse demasiado. Se busca, se planifica conscientemente, la inseguridad y el miedo: el pleno empleo con derechos un lujo de tiempos pasados, los derechos sociales (educación, salud, servicios sociales) inasumibles en un mundo globalizado; los sindicatos, un anacronismo condenado ya por la historia y las pensiones públicas, un coste imposible ya de financiar.
Podríamos continuar y no iríamos muy lejos. Las poblaciones del sur de Europa quieren conservar sus derechos y conquistas históricas en momentos que son más necesarias que nunca. ¿Qué hacen? Luchan como pueden y votan contra los que ejecutan políticas contrarias a sus intereses. Claro, la libertad de elección es cada vez más limitada. En España, en Portugal y en Grecia fue la socialdemocracia quien puso en práctica los
durísimos ajustes decretados por eso que eufemísticamente se llama Europa, la consecuencia: fueron derrotados en las urnas a manos de unas derechas que prometían en todas partes renegociar los recortes e iniciar la senda del crecimiento y de la eficiencia.
Lo que vino después es también conocido: ajustes aún más duros y uso de la crisis para poner fin a lo que queda del Estado social. Cuando, como en Grecia, aparece una alternativa democrática solvente y nada radical, que solo pretende evitar el holocausto social en curso, lo que se encuentra es el chantaje de la Troika y la amenaza general (incluidos los gobiernos francés y alemán: los que mandan) de que los griegos deben votar lo que se les ordena y que con Syriza llegaría el caos y la quiebra del país.
¿Alguien se puede extrañar que en un contexto así renazca el fascismo? Desposeer a las personas de sus derechos, condenar a las sociedades al desempleo, la precariedad y la pobreza; reducir las democracias realmente existentes a simples juegos electorales que nada deciden y que someten a las instituciones representativas a una lógica de poder que considera a la soberanía popular un molesto y peligroso estorbo en tiempos como los presentes; países convertidos de facto en protectorados de unos poderes omnímodos dirigidos por una Alemania, de nuevo, invasora.
Pensar que todo esto no tendrá consecuencias es ponerse la venda delante de los ojos y cegarse a la realidad. La nazifascista griega “Aurora Dorada” llegó al 7 por ciento y las encuestas solventes le dan ahora un 15 y algunas un 20 por ciento. Las sociedades no se suicidan pasivamente.
Ante semejante catástrofe social las poblaciones están reaccionando desde contextos sociales y culturales nada fáciles. Se ha vivido, no se debe olvidar, una época percibida mayoritariamente como buena o muy buena y enfrentarse, de nuevo, a la dura realidad de la lucha y del conflicto social está siendo traumático. La izquierda social y política salió muy debilitada del ciclo anterior de crecimiento y la socialdemocracia, en todas partes, no ha hecho otra cosa que aplicar las medidas de ajuste y doblegarse sin resistencia a los poderes económicos reinantes.
El 14 de noviembre Europa vivió un salto de cualidad. Por primera vez, convocados por las centrales sindicales y por los movimientos sociales, miles de trabajadores y de trabajadoras salieron a las calles reclamando un cambio sustancial de las políticas económicas y sociales y soluciones reales a un desempleo galopante, a la precariedad laboral y las dinámicas de exclusión social y pobreza que se extiende como una mancha de aceite toxico sobre países, sobre todo, del sur. En España y Portugal se dio, por primera vez, una huelga general conjunta, seguida, en parte, en Italia y acompañada por masivas manifestaciones en Grecia, que en días previos realizó su enésima huelga general.
Parecería que las clases trabajadoras, los asalariados y los jóvenes salen de la pasividad e inician la lucha. Lo fundamental, es que se empiezan a engarzar “cuestión social”, “democratización política” y “soberanía nacional”. En el centro, una alianza social muy amplia nucleada en torno a unas clases trabajadoras (el así llamado precariado será un elemento clave) que empiezan a comprender que no basta solo resistir (fundamental, por lo demás) sino que deben dotarse de un proyecto de país que dispute la hegemonía a los poderes económicos y a la socialdemocracia y que organice “el gran rechazo” a las fuerzas fascistas. Como siempre, serán los trabajadores y las trabajadoras los que tendrán que defender las libertades y derechos enfrentándose a los poderes capitalistas desde un proyecto democrático-popular que busque una nueva sociedad de hombres y mujeres libres e iguales.
Madrid, 21 de Noviembre, 2012.
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