El parlamento insignificante
Por Fernando de la Flor A.
Milan Kundera es, antes que un escritor, un notable pensador. En su reciente libro, La fiesta de la insignificancia, le rinde un homenaje y define a la insignificancia como la esencia de la existencia.
La referencia a esta aguda reflexión de Kundera la hago porque quiero tratar acerca del funcionamiento de nuestro parlamento, uno de los órganos centrales para garantizar la vigencia del sistema democrático. Y lo quiero hacer seriamente, pero con sentido de realidad.
Winston Churchill dijo que la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás. Afirmación ésta llena de sabiduría y sutil significado. Claro, la dijo a comienzos del siglo pasado, respecto de un régimen de gobierno que está cumpliendo varias centenas de años de vigencia. La clave del parlamento está en servir de equilibrio al poder de quienes gobiernan. Inicialmente concebido para evitar que el gobernante, arbitrariamente, creara tributos que afectaran a los ciudadanos, con el trascurrir del tiempo se fue afinando el funcionamiento hasta constituirse en lo que se ha dado en llamar el contrapeso de poder. La democracia – se sostiene – es el sistema de pesos y contrapesos.
El parlamento es la institución que debe principalmente legislar, es decir, dictar las leyes que se requieren para la buena marcha del país. Esa función la cumple por delegación del pueblo, titular de la soberanía. Para ello, elige a sus representantes, quienes, reunidos en el mismo parlamento, conciben y aprueban las disposiciones que debieran propiciar el bienestar general.
En el caso del Perú, existe una clara abdicación a esa función esencial, y en la ocasión en que la ha ejercido ha terminado confirmando su renunciamiento. Una somera revisión a las leyes emitidas recientemente por nuestro parlamento, nos lleva de fijar límites entre algunas provincias, pasando por conmemorar festividades (por ejemplo, instaurar el 26 de agosto de cada año como el día del adulto mayor, para no hablar del día del pollo a la brasa y del emolientero), hasta eventuales leyes relevantes que concluyen, a los pocos días de dictadas, derogándose, o sea, literalmente siendo expulsadas del sistema legal. Los casos de las aportaciones de los servidores independientes al sistema previsional privado y la ya famosa ley pulpin, son inequívocas ilustraciones de esta incomprensible realidad: ¿cómo entender que un poder del Estado, investido de plena soberanía y llamado a constituirse en celoso contrapeso, renuncie a su atribución fundamental?
Se me ocurre una respuesta (tentativa): pues, porque no representa a quien dice representar.
Si una institución, llamada a ser la garante - interpretando el interés de la mayoría y buscando el ansiado bien común - de que las relaciones ciudadanas fluyan con naturalidad, no cumple esa función, y cuando lo hace lo hace inapropiadamente, al extremo de tener que deshacer en pocos días aquello que, con gran solemnidad y no menos parafernalia - típica de las curules, los micros y las alfombras rojas - hiciera, pues, simplemente, debe revisarse en profundidad.
El mundo, ahora, está viviendo una realidad radicalmente distinta a la que inspiró la genial síntesis de Churchill. No solo se vive en tiempo real (tenemos acceso directo a lo que sucede en cualquier parte del planeta), se está perdiendo la comunicación verbal y distorsionando el idioma (la gente ya no conversa, se envía mensajes cifrados), sino que existe un clamoroso divorcio entre los representantes y sus representados. La minusvalía del parlamento es un evidente ejemplo de esta realidad. El parlamento insignificante –ojo – no es lo mismo que la insignificancia del parlamento.
Creo que hay que romper paradigmas y uno de ellos – no es el único por cierto - es el parlamento y cómo ejercer sus funciones. No se trata solo de buscar un cambio sustantivo en la calidad de los representantes – que es parte del problema - sino en repensar la concepción del organismo, en el contexto de los vertiginosos cambios del mundo moderno.
Me parece superfluo, desfasado, en el mundo actual de las redes sociales, la Internet y la comunicación en directo de la gran mayoría, que un número específico de personas, elegidas con desgano y para no pagar multas, se erijan en los intérpretes de lo que más conviene al país y en contrapeso del gobierno, si en los hechos tales funciones no las cumplen y si lo hacen lo hacen para nimiedades o para dejarlas sin efecto.
Milan Kundera dice en su libro: “La insignificancia está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre…”
Revisar el concepto del parlamento y sus funciones, no es más que reconocer nuestra insignificancia, porque como bien dice el mismo Kundera “…es la clave de la sabiduría, es la clave del buen humor.”
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