El fantasma de Lucio Gutiérrez
Nicolás Lynch
Lucio Gutiérrez es un Coronel ecuatoriano que se rebeló, sin éxito, el año 2000 por el desorden político existente en su país y que luego triunfó electoralmente el 2003, con una agenda progresista y apoyado por el movimiento indígena, para finalmente ser derrocado dos años más tarde, luego de virar a la derecha, aislarse de todos los sectores políticos y ser acusado de nepotismo. Demás está decir que el vacío político creado permitió luego el triunfo de Rafael Correa.
¿Coincidencias con Ollanta Humala? Parece que muchas aunque la situación no sea la misma y el desarrollo político e institucional de ambos países difieran en más de un punto. Sin embargo, el actual aislamiento político del Presidente Humala nos debe llevar a una reflexión no solo sobre la viabilidad de su gobierno sino también sobre el sistema institucional al que parece, con su extrema debilidad como gobernante, haber llevado a su límite.
Primero sobre su gobierno. Los analistas de derecha insisten en que la gran fortaleza del gobierno de Humala es su viraje conservador hasta someterse casi totalmente al continuismo neoliberal. Por el contrario, creo que esta es su gran debilidad. Al virar Humala pierde su base social, eventualmente movilizable, de apoyo político. Es cierto que gana otros apoyos, pero son los de un público que raramente se moviliza y cuyos operadores políticos, salvo que manejen todos y cada uno de los resortes del poder, siempre estarán insatisfechos. Claro que le quedan los medios, mayormente de derecha, pero estos son precisamente los que le cobran por cada apoyo con medidas – decretos, leyes y resoluciones - a favor de sus intereses.
Esta situación podría ser superada o, al menos, temporalmente controlada, por un Presidente con cierto liderazgo, pero hasta ahora este no parece ser el caso de Ollanta Humala. El papel que al respecto pudo jugar la primera dama, Nadine Heredia, ha sido seriamente disminuido con la renuncia a postular –más allá de la ilegalidad que ello suponía- el 2016. La pelea con unos, la insatisfacción de los otros y la proclividad presidencial a pelearse con todos lo ha llevado a la actual soledad del poder.
Esta soledad coincide con la crisis institucional en curso. En otra parte he llamado a este período el de una democracia sin democratización. Una democracia que le tiene miedo a los ciudadanos, en última instancia miedo a sí misma. Esto se expresa en que los políticos usan los mecanismos de la representación para favorecer sus intereses particulares o los intereses de terceros a los que les deben o hacen favores. En otras palabras no representan a los ciudadanos sino que usufructúan para si los puestos para los que son elegidos. El último ejemplo de la denominada repartija es elocuente al respecto. A tres semanas de sucedidos los hechos no hay nada sobre nuevos métodos para elegir los puestos mal elegidos ni pre candidatos en espera. Es más, la respuesta a la protesta ciudadana contra la arbitrariedad, como lo es hoy contra los médicos en huelga, es la represión y el gas lacrimógeno. “Gas para todos” parece volver a decir Ollanta Humala, pero no el de Camisea que prometió en la campaña sino el de las bombas lacrimógenas que ordena disparar contra la multitud.
Quizás la conexión entre la soledad de Humala y la repartija en el Congreso que nos lleva peligrosamente al vacío político esté por el lado del engaño. Humala ha engañado al país con el viraje que dio entre el fin de la segunda vuelta y el despido del gabinete Lerner. A unos les gustará el engaño y a otros no, pero se ha tratado de eso, un engaño. Algo similar hacen la mayoría de los congresistas al servir intereses particulares: engañan. El engaño es lo que más resienten los ciudadanos de los políticos, tanto en América Latina como en el Perú, nos señala Latinobarómetro. Además, en este caso, se trata de un engaño que lo lleva a una profunda debilidad, por ello se torna en una radiografía de la precariedad institucional.
¿Nos llevará esto a una situación como la de Lucio Gutiérrez? Por ahora eso está en manos de la derecha porque la izquierda si bien ha despertado no parece tener todavía una capacidad de movilización tal como para producir una crisis. La derecha, sin embargo, es de una ambición desbordante porque ello le ha funcionado en los últimos años, han conseguido casi lo que han querido y son capaces hasta de inventarse otro Gutiérrez/Humala si de defender su modelo se trata. Pero por ahora, parece que prefieren al guardián Castilla y la jaula dorada en la que tienen a Ollanta (y su señora). A no ser, que el Presidente no comprenda bien las reglas de su dorado encierro y pretenda volar solo. Todo entonces volvería a ser posible.
¿Tiene esto solución? Ciertamente, la reforma política en el corto plazo para mejorar la representación y la reforma constitucional en el mediano plazo para que estos problemas no se vuelvan a repetir. Todo ello dentro del proceso de cambio en las formas de hacer política que es lo que reclama la calle. El problema es que estos caminos son vistos por la actual clase gobernante como medidas contra ella misma y les cuesta muchísimo empezar. Ojalá que no tengan que recorrerlos al borde del precipicio.
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