El análisis: qué dejaron las elecciones en Argentina

Por: 

Carlos Pagni /La Nación

Las elecciones de ayer despejaron una de las principales incógnitas instaladas sobre Argentina: ¿es posible convalidar un menú de reformas favorables al mercado en un país con 30% de pobreza, cuando los resultados económicos no son todavía rutilantes? 

La respuesta, afirmativa, fue más contundente de lo que esperaba el propio Mauricio Macri. Aun cuando siga en minoría en el Congreso, él consiguió ayer un respaldo formidable para avanzar con su programa. Además, parece estar en condiciones de terminar su mandato, lo que para un grupo ajeno al peronismo no sucede desde 1928. Más todavía: Macri obtuvo anoche el derecho a fantasear con la reelección. Esas posibilidades se deben a tres factores principales. La extensión de la victoria, que supera la de todos los oficialismos en una elección parlamentaria desde 1983. La geografía en la que están radicados esos votos. Y la crisis en la que queda empantanado el peronismo.

Cambiemos conquistó ayer la colina principal: la provincia de Buenos Aires. El resultado es trascendente por lo que significa para el PJ, que ha ejercido el poder en ese distrito de manera casi monopólica. El electorado bonaerense terminó de poner en crisis un unicato de 30 años, recuperando la competencia política. La falta de alternancia y de debate está en la raíz de la degradación social del conurbano, uno de los dramas más graves del país.

Ese triunfo es también peculiar porque la llegada de Macri al poder se inició en Buenos Aires, con un éxito que, para muchos, fue azaroso: la derrota de Aníbal Fernández frente a María Eugenia Vidal. Desde anoche el fenómeno revela otra consistencia. Invita a examinar la identidad de Cambiemos, una variante de no peronismo que avanza sobre los sectores de bajos ingresos. Y obliga a investigar con más detenimiento la tormenta del PJ.

En Buenos Aires, además, Esteban Bullrich derrotó a Cristina Kirchner, la encarnación del proyecto populista. Fue la gran batalla de Macri y, sobre todo, de María Eugenia Vidal. El resultado no podría ser más conveniente para el oficialismo. La ex presidenta obtuvo un caudal de votos suficiente como para seguir obturando la renovación del peronismo. Ella dedujo de esa aritmética la pretensión de ser la cabeza de la oposición. Un sueño problemático porque no logra seducir a los peronistas con un nuevo proyecto de poder. Es el lugar exacto en que la necesita el Presidente para su carrera hacia 2019.

Además de ganar Buenos Aires, Cambiemos triunfó también en Santa Fe. Si se suman los distritos en los que ratificó el desenlace de las primarias, como Capital Federal, Córdoba, Mendoza y Entre Ríos, se advierte que Macri consolidó una base amplísima en la región donde se concentran los sectores más dinámicos de la sociedad. Los que más promueven una regeneración institucional, los que más necesitan una economía competitiva. Es decir, los que mejor se alinean con las promesas oficiales.

Salvo en San Luis, donde Adolfo Rodríguez Saa emergió de sus cenizas, y en La Pampa, donde Carlos Verna se recuperó por un margen estrechísimo, el Gobierno convalidó las victorias de agosto. Y agregó otras. Ganó en la inalcanzable La Rioja de Carlos Menem, gracias a la adhesión del intendente de la capital, Alberto Paredes Urquiza. También en Chubut y en Chaco. Aunque el avance estratégico se registró en Salta. Cambiemos, también gracias a la alianza con el intendente de la Capital, Gustavo Sáenz, derribó a Juan Manuel Urtubey. Ese resultado es clave porque, caídos Juan Schiaretti y Sergio Massa, que salió tecero en Tigre, Urtubey era el único peronista competitivo que asomaba para 2019. Que las variantes ex kirchneristas hayan fracasado está en la naturaleza de una polarización que devora todos los significados, como demostró el caso Maldonado. Se trata de un enfrentamiento automático que impide constituir un discurso que impugne al mismo tiempo a Macri y a Cristina Kirchner. En esa contradicción se hundieron los peronistas no alineados. También Martín Lousteau. Y obtuvieron una aceptable supervivencia, además de la ex presidenta, kirchneristas como Daniel Filmus, en Capital, y Agustín Rossi, en Santa Fe.
 
Con un 2019 más brumoso para el PJ, Macri y sus colaboradores trabajarán desde hoy detrás de un objetivo: consolidar un 45% y evitar una segunda vuelta en las próximas presidenciales. De nuevo se abrirá el debate interno. ¿Conviene abrir las puertas a dirigentes peronistas como Schiaretti, Perotti o Insaurralde? ¿O es mejor trabajar sobre el electorado porque la contaminación con una dirigencia desgastada aleja lo que se quiere conseguir?
 
Esa perspectiva incierta del PJ es relevante para el cortísimo plazo. La disponibilidad del peronismo ex kirchnerista a acordar un programa legislativo con la Casa Rosada es inversamente proporcional a sus probabilidades de éxito dentro de dos años. Como los mercados, los políticos también se rigen por expectativas. El balance interno conducirá al PJ distanciado de la ex presidenta a una reunificación en el Congreso. ¿Cómo se organizará el grupo sin un primus inter pares? Ahí hay un problema.

Si se recurriera a una exageración para explicar el significado del nuevo mapa de poder, habría que decir que la marca que el ciclo Macri dejará en la historia dependerá de lo que el Gobierno consiga realizar en los 12 meses que se inauguran hoy. Su capacidad de reforma está acotada por colaboración del peronismo. Y en octubre del año que viene esa fuerza estará de nuevo en competencia por las presidenciales. En 2019 el Presidente podría conquistar otro mandato y, con otra composición parlamentaria, profundizar sus reformas. Pero no sólo esa posibilidad es hipotética. También influye lo que suele decir Julio María Sanguinetti para justificar que en Uruguay está prohibida la reelección: “Lo que uno no logra hacer en cinco años, menos logra hacerlo en diez”. De modo que desde anoche comenzará a perfilarse el experimento Macri.

El primero en saberlo es el propio Macri. Durante las últimas semanas presidió infinidad de reuniones para pulir los proyectos que negociará con el PJ ex kirchnerista. Sobre todo un acuerdo fiscal con las provincias, una reforma tributaria y una rebaja en los aportes patronales. Dos razones aseguran que ese programa seguirá siendo tímido. La primera: Cambiemos necesita el apoyo de la oposición para aprobar leyes. La segunda: el 30% de los argentinos está sumergido en la pobreza, lo que impide pensar en ajustes ortodoxos. El gradualismo no es una opción de estrategia económica. Es una fatalidad política. En consecuencia, no hay que esperar que el Gobierno impulse iniciativas más audaces que las que había imaginado cuando apenas apostaba a empatar en Buenos Aires.
 
Sin embargo, en el seno del oficialismo hay dos visiones sobre el futuro, es decir, sobre 2019. Una sostiene que la fortuna electoral de este año aconseja mantener la velocidad de los cambios. La otra entiende que el éxito del Gobierno depende mucho del crecimiento que, a su vez, depende de la inversión privada. Esa ala recomienda profundizar las transformaciones que reduzcan los costos de la economía. Macri pertenece a este último grupo. Quiere decir que, de las opciones que se debatían dentro de aquellos dos márgenes objetivos, pretende adoptar las más audaces, aun cuando entrañen un mayor costo político. Un ministro lo explicó anteayer de esta manera: “A partir del lunes, por un año, vamos a dejar de mirar un poco los votos de la ciudadanía y nos vamos a concentrar en los votos de diputados y senadores”.

En las próximas horas el Presidente hará una gran convocatoria general, sobre todo a la oposición, para emprender algunos cambios, sobre todo en el régimen económico. Para una cultura política como la argentina, los meses que vienen traerán una interesante novedad. Habrá una discusión sobre impuestos. Es decir, sobre el peso del Estado sobre la sociedad. Pero también sobre la distribución de los recursos entre los distintos actores del sector público. Nicolás Dujovne encuadra las innovaciones en tres conceptos: equidad, trabajo, sustentabilidad. En países como los Estados Unidos, por ejemplo, ese debate prevalece sobre otros. Por momentos parece casi el único tema de disputa. En la Argentina, en cambio, se inicia una polémica inusual.

Sobre la propuesta del Gobierno para los próximos meses pesa un enigma. ¿Cuál será la agenda institucional? El triunfo de Carrió en la Capital Federal confirma que la expectativa de regeneración política que hizo vencer a Vidal hace dos años sigue vigente. ¿Hay un espacio en la relación con el PJ para facilitar un saneamiento, sobre todo en la Justicia? Es la pregunta que se está haciendo Carrió.

Observadas desde el exterior, las elecciones de anoche tienen relevancia regional. La incógnita dominante era si un grupo político que pretende liberalizar la economía en un país en el que la pobreza alcanza el 30% lograría convalidar su propuesta con el voto popular. La respuesta fue muy afirmativa. Para quienes se interesan por América latina el mensaje trasciende nuestras fronteras. Basta consignar que en su edición de anteayer, el influyente semanario The Economist, en un texto titulado “Quebrando el hechizo del peronismo”, se pronunció a favor de un triunfo de Macri. El argumento fue sencillo: sería muy saludable para los países que todavía están atrapados en la trampa populista.

Publicado en La Nación

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