De la fragmentación electoral al cataclismo social
Nicolás Lynch
Desde hace un año vengo sosteniendo que frente a la crisis de régimen que vive el Perú hay tres opciones: la reformista, que plantea fortalecer el centro político para salvar los muebles del modelo; la reaccionaria, que insiste en el neoliberalismo y busca salvar al régimen, a la fuerza si es necesario; y la transformadora que trata de abrir un nuevo curso para la economía y la democracia peruana, que refunde el país sobre nuevas bases.
La fragmentación electoral actual, sin embargo, reclama más de la sociología que de la política o la economía para su análisis. Treinta años de neoliberalismo han dejado una sociedad antes que una política gravemente fragmentada. La pandemia ha agudizado hasta extremos desconocidos esta situación. La sobrevivencia es lo que se impone en el día a día. Esta sociedad fragmentada no es una casualidad sino producto de un modelo económico extractivista que la produce, pero a la vez la ha necesitado para consolidarse. No se trata de cosas distintas, ya Aníbal Quijano señaló hace décadas que forman parte de un todo que se llama capitalismo dependiente latinoamericano.
Una sociedad agudamente fragmentada tiene grandes dificultades para pasar a la acción colectiva. Por ello, se expresa a borbotones, ya sea con grandes movilizaciones frente a hechos puntuales, como en noviembre pasado o en una política fragmentada como a lo largo de toda esta crisis y hoy en la escena electoral. Esto no quiera decir que no mande señales o incluso establezca tendencias, pero estas no terminan de ofrecer un camino claro para el país. El aproximadamente 20%, algunos dicen que 25%, entre votos blancos y viciados que aparece en las encuestas a estas alturas de campaña, expresa más que a una ciudadanía desinformada a gente descreída y hasta indignada de la política, que no tiene esperanza en que algo bueno pueda salir de esta elección.
Muchos tuvimos ilusión en una salida constituyente inmediata a esta situación, pero menospreciamos la realidad de la fragmentación social y las dificultades de los políticos con perspectiva de cambio para combinar la necesidad inmediata con la visión estratégica. No es que una salida constituyente sea equivocada, sino que en las actuales circunstancias necesitará de una siguiente coyuntura crítica para convertirse en agenda inevitable.
Las encuestas nos dan un pelotón de cinco candidatos que están casi dentro del error estadístico, si es que este se mueve entre el 2.5 y el 4%. Hasta el puntero de las últimas semanas Yonhy Lescano que en algún momento parecía despuntarse ahora se desinfla y las dos candidatas con mayor antivoto, Verónika Mendoza y Keiko Fujimori, mantienen posición. En el caso de Mendoza, aparece arremetiendo y asusta a los poderosos por lo que la esconden. Rafael López Aliaga, al estilo Julio Guzmán, se escapa para no contestar a sus adversarios y George Forsyth aparece con la caída detenida pero incierta.
De igual manera, hay una operación “borrar a Verónika” que minimiza sus logros y apela al control del oligopolio mediático de los grandes propietarios para restarle todos los votos posibles a la candidata de Juntos por el Perú. Sin embargo, cuando ya aparecía estancada y en bajada se ha sobrepuesto al descenso y se muestra hoy la candidata más sólida en carrera.
Esta situación, más allá de quién gane la elección, presagia una crisis, a corto plazo, aún más grave de la que hemos tenido. Por ello, la pregunta es ¿qué puede ofrecerle al Perú un candidato ganador en esta fragmentación reinante? Creo que liderazgo para crear una muy amplia coalición social y política que el de un rumbo al Perú, tanto inmediato como estratégico, para enfrentar una crisis de régimen agravada.
El reformismo, el del Partido Morado especialmente, soñaba con ser este actor, pero por el momento está descartado porque sus ambiciones han demostrado ser demasiado pequeñas para los desafíos a enfrentar. Aparece Lescano en este sector, aunque la fragilidad de propuesta y liderazgo lo hacen jugar únicamente a la posibilidad del menos malo. Por el lado reaccionario, ha habido una actividad inusitada, pero de baja calidad, tanto Keiko Fujimori como Rafael López Aliaga tratando de resucitar miedos atávicos para ver si votan por ellos. Verónika Mendoza, dentro de todas las limitaciones existentes, es la única que plantea un viraje de fondo que desafortunadamente no ha podido convertir en parteaguas de la campaña. Esto no la saca de la segunda vuelta, pero tampoco la distingue como la candidata en torno a la cual gira la elección.
En estas circunstancias lo único cierto es la crisis post electoral de envergadura, porque ninguna de las alternativas en juego tiene posibilidades de dar sola una salida a la situación que vivimos. Me refiero a una crisis sanitaria y de hambre aún mayor cuya expresión política resulta impredecible. Aquí, lo más peligroso sería el triunfo de alguna de las candidaturas de ultraderecha porque pondrían al país en el curso de un gobierno autoritario y posiblemente de un choque violento. Una alternativa progresista y en especial la de Verónika Mendoza que es la más articulada, podría aspirar a una mayoría nacional para enfrentar la crisis y evitar el cataclismo social. Creo que eso es el fondo de lo que se decide el 11 de abril.