Alan Babá
Francisco Durand
Brutales. Solo así podemos definir las revelaciones de Miguel Nava, mano derecha y Secretario de la Presidencia del finado presidente Alan García. Confirma lo que todos sospechábamos… y más.
Todo comenzó apenas elegido en 1985. Primero nos sorprendió afirmando que el Perú tenía vocación pacifista, para anunciar poco después la venta de aviones Mirage que el gobierno anterior compró a Francia. Siguió con anuncios extremos de ahorro fiscal, como la venta de residencias de embajadas peruanas. O la suspensión de exportación de barras de plata “porque pagaban poco”, bajando aún más el precio del metal que muchos compraban haciendo cola en el Banco Central de Reserva; o la manipulación del dólar, creando tipos de cambio aprovechados por amigos y no pocos grupos de poder. Y así sucesivamente, hasta el final de su gobierno, incluyendo el caso mejor documentado, el tren eléctrico.
Uno de los proveedores, Sergio Siragusa, admitió en una corte italiana la entrega de un maletín con $200,000 al mandatario, además de depositar $480,000 en la cuenta off shore de Gran Cayman, propiedad de uno de sus asociados más cercanos, el empresario Alfredo Zanatti (principal beneficiario de la compra de dólares “MUC” baratos). Pero García se salió con la suya al irse del país y prescribir sus casos. Todo quedó, si no en el olvido, por lo menos medio enterrado por la ola de corrupción ocurrida a fines del gobierno de Fujimori y Montesinos.
En su segundo gobierno, Alan y su grupo tuvieron la fortuna de volver a la presidencia en un momento de vacas gordas gracias a la bonanza exportadora. A diferencia del primer gobierno, dejó de entrometerse con la tasa de cambio o las tasas de interés y se olvidó de la venta de embajadas. El país creció y la pobreza se redujo. Podía terminar bien y enterrar el pasado, hasta tentar una tercera presidencia.
Concentrado en las obras públicas, aprovechó las relaciones íntimas que tuvo desde su primero gobierno con la constructora brasileña Odebrecht y se empeñó en terminar el tren eléctrico. Esta obra es más indicativa que cualquier otra por la historia pasada que tiene de soborno y fracaso, y por la necesidad imperativa del presidente de terminarla. Quería demostrar que, al fin, le daba a Lima el medio de transporte masivo que tanto necesitaba. El caso es que García pudo inaugurarla. Había cumplido. Podían darle los laureles del vencedor. Pasar, finalmente, por el arco del triunfo. A fin de cuentas, en su segundo gobierno no hubo crisis, hubo prosperidad para todos.
Pronto la historia comenzó a repetirse. Las revelaciones del caso Lava Jato terminaron generando testimonios de sobornos millonarios sobre varios casos, destacando el Metro de Lima (ex tren eléctrico). Esta vez las investigaciones continuaron. Y aunque se fue del país, a “enseñar” en Madrid, no pudo zafarse de los llamados de la justicia. Aseguró por todos los medios que se trataba de una feroz cacería política. Tuiteó sibilinamente “Otros se venden, yo no”. Se rodeó de sus escuderos de siempre, bloqueando las investigaciones del Congreso. Pero el caso Lava Jato siguió adelante. Atrapado en Lima al ser llamado a testificar para luego tener impedimento de salida, intentó refugiarse bajo la figura del asilo político en la embajada del Uruguay; pedido denegado. Las pruebas comenzaron a acumularse. Cuando el cerco apretaba, se disparó un balazo en la cabeza. Creyó haber escapado de la justicia. Ahora sabemos con mayor detalle que los maletines y loncheras en efectivo que recibiera de Siragusa seguían llegando de manos de Jorge Barata, ejecutivo de Odebrecht en Lima. Esta vez el monto fue de $1’380,000 (por una obra).
Sabemos algo que dice más aparte del Rolex, el Patek Philippe, el yate y la casa de playa en Los Cocos, minucias en realidad. Es algo ya detectado en el caso Tren Eléctrico pero desconociéndose que también lo practicaba García. Barata también le entregaba catálogos de damas de compañía para organizar fiestas romanas. Estas bacanales eran frecuentes entre los altos funcionarios del Ministerio de Transportes y Comunicaciones y los ejecutivos de Odebrecht. A medida que avanzaba la obra, terminada en 18 meses, celebraban los “éxitos”. Es un detalle sórdido de la corrupción.
En 1985, Alan García parecía una promesa de la política peruana antes de que fuera corrompido por el poder como líder de un gran partido. Hoy el APRA es la principal víctima de la corrupción de Alan García pues el presidente tenía que operar con su apoyo y los necesitaba para escudarlo y encubrirlo. El APRA oficial todavía se niega a condenarlo por una razón simple: gran parte de su banda y escudería lo siguen dirigiendo y lo presentan como una víctima. Solo apartándose de la figura de Alan y sus seguidores se puede salvar el APRA. ¿Está condenada?
Hay más. La banda operaba con un sistema de cobro y reparto de utilidades. La tasa oficial era 10% por valor de la obra. El soborno se pagaba luego de concluida y el presidente recibía la parte del león de las grandes obras; el resto para sus asociados. Estamos hablando de cientos de millones. ¿Dónde están, quién los tiene? Hay que recuperar los fondos de García y su familia, y seguir investigando a la banda.
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