El suicidio de Alan García ¿Fin de época?
Nicolás Lynch
El suicidio de un ex Presidente que se sintió cercado por la justicia, merece una reflexión que vaya más allá de la coyuntura. Pasados los días de las condolencias y el luto por una muerte atroz, cabe la evaluación de los hechos.
En esta crisis de régimen, del régimen inaugurado el cinco de abril de 1992, el hecho más saltante es la brutal corrupción destapada por el escándalo Lava Jato. La concesión de la obra pública a la gran empresa privada, principalmente extranjera y sobre todo brasileña, por el Estado peruano, se ha convertido en la piedra de toque de la corrupción, de la coima (la pus sobre la que escribía González Prada) que se habría pagado a funcionarios públicos peruanos para entregar las licitaciones y corregirlas cuántas veces le daba la gana al privado. El otro rubro, el financiamiento electoral, es ciertamente menor pero no menos importante, porque conducía al primero, era algo así como una coima adelantada.
El capitalismo de amigotes, aquel sistema en el que para hacer buenos negocios se necesitan amigos en el Estado, tiene en este esquema de corrupción su expresión más acabada. Pero no sólo eso, este es el esquema que potencian Fujimori y Montesinos y es la economía del régimen del cinco de abril. Sin capitalismo de amigotes no hay modelo neoliberal. En una primera etapa el que gestiona este tipo de capitalismo es Vladimiro Montesinos ¡qué duda cabe! Pero en una segunda, más allá de los esfuerzos de Toledo, Kuczynsky y los Humala, quien estuvo al mando parece haber sido Alan García.
García, por lo demás, tenía trayectoria al respecto. Había sido investigado en varias oportunidades anteriores por hechos similares y si se libró de ir a juicio fue por la prescripción. En esta oportunidad las cosas fueron diferentes. No parecía ahora que él o su partido gozaran de la influencia que se decía habían tenido en el Poder Judicial, de lo contrario no se explica su desesperación en los últimos meses que incluyó el frustrado asilo y el acto final. Era entonces, en el contexto de esta crisis de régimen, un líder en problemas y con menos recursos que antaño.
Con todos, investigados o presos y García muerto, ¿quién es el nuevo gerente del modelo? Hay un vacío de poder. Y este vacío puede presagiar un fin de época, el fin del régimen del cinco de abril. Ese es el temor de fondo, por eso las loas a García, el coro de los medios a su favor, para ver si transforman al investigado por corrupción en mártir.
Pero no todo vacío de poder se convierte en fin de época, puede también convertirse en una lucha terrible entre los beneficiarios del modelo y sus detractores que nos desangre por un buen tiempo. Hay por ello necesidad de una voluntad, colectiva ciertamente y superior a la tentación del suicidio, que proponga una superación del régimen del cinco de abril, sin Montesinos y sin Garcías, ni tampoco los actores menores. Una economía para la gente y no para las grandes empresas y los gobernantes coimeros. Una democracia, también, que se fortalezca con este germen de transparencia que nos muestran hoy jueces y fiscales. Ojalá que esto no sea flor de un día o de un momento como el que vivimos.
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