8 de Marzo, Día de resistencia, Paro y movilización en todo el país.
Carolina Ortiz Fernández (*)
En el Perú y en nuestra América la resistencia de las mujeres se ha dado todo el tiempo y hoy 8 de marzo, desde diversos espacios y en toda la región se volverá a tomar las calles para decir basta a la violencia de género, a las violaciones sexuales, a los feminicidios, a los crímenes de odio, a la impunidad, a la intervención colonial sexista, racista y clasista del estado y el capital sobre el cuerpo de las mujeres, al detritus de la corrupción y el capitalismo avalados por la dominación patriarcal y las instituciones del Estado.(1)
Ante las crecientes demandas de los movimientos sociales, ambientales, feministas, de las comunidades LGTBI, epistémicos de gran envergadura; un halo conservador y recal-citrante recorre el mundo y tiende a transformar en totalitarismos a las democracias re-presentativas de los “Estado-nación” y a nivel supranacional. Este proceso se expresa mediante lo que Hanna Arendt llamó la prepolítica, es decir, la asociación del ejercicio autoritario del poder patriarcal gubernamental y el patrón global de poder moderno colo-nial racializado en la economía, la política y el saber, que coloniza los cuerpos y territo-rios hasta convertirlos en superfluos.
El orden sociosimbólico patriarcal, heredado sobretodo de Occidente a través de los pro-cesos coloniales, impuso sus patrones de organización familiar y sexual organizados por los hombres propietarios en defensa de la acumulación originaria que se expandió, desde entonces, junto al eurocentrismo y al racismo naciente. Estos procesos trastocaron la vida de las poblaciones originarias, resquebrajó la estructura histórica comunitaria, debilitó la autoridad colectiva y sus prácticas culturales, promovió la libertad sexual de los varones y el control y la colonización del cuerpo, el trabajo y la vida de las mujeres, en particular de las mujeres “indias”, “negras”, “mulatas”, “mestizas”.
Los funcionarios del rey en las colonias se apropiaron y distribuyeron territorios, niñas y jóvenes mujeres, hombres, ganados, bienes y privilegios a cambio de obediencia y leal-tad. La sujeción sexual y la exploración del trabajo doméstico de las mujeres en su amplia acepción de labor reproductiva y de producción social constituyeron la base de acumula-ción. Los hombres no se responsabilizaron de los hijos procreados, surgió la idea de ilegitimidad y bastardía. Esto continuó y se naturalizó en las nacientes repúblicas con la racionalización capitalista imperial de las finanzas y el incremento de la explotación minera y bienes comunes.
Los manuscritos de Huarochirí dan cuenta, entre otros aspectos, de los encuentros y desencuentros entre autoridades matriarcales y patriarcales en transición, algo semejante habría ocurrido en África, según las investigaciones descoloniales de las historiadoras africanas (2). Este acontecer se trastocó con los procesos coloniales. En el Perú antiguo, la sexualidad humana estuvo asociada a la fecundidad de la Pachamama según dan cuenta Felipe Guaman Poma, los cronistas, los huacos eróticos de la cultura Mochica, las indagaciones recientes de la arqueología, las prácticas culturales de los pueblos “indígenas” y las fiestas que subsisten en la actualidad en el Perú.
En los huacos mochicas, por ejemplo, se registra el principio dual de oposición comple-mentaria en la pareja pero abierto a otras expresiones e identidades de género. En Abya Yala, las danzas, la labor agrícola y toda actividad estuvieron vinculadas a rituales de espiritualidad y fecundidad; la vida social, ecológica y territorial estuvo organizada según las pautas asociadas a la diferencia sexual, por el principio de yanantin y de que todo cuanto existe tiene vida.
En ese sentido, la fuerza y energía también provenía de la Madre Luna, de la Madre Tie-rra o Pachamama, de la Coca Mama, de los alimentos, del Yagé, de los ríos y plantas cu-rativas; es decir, de las especies no humanas y de las mujeres, y eran tan importantes sus decires y sentires como lo era la palabra de los Apus. La patrilinealidad y las institu-ciones impuestas por los ibéricos aceleraron el desplazamiento de las huellas de poder femenino debido a que ponía en riesgo el control de la propiedad. Por eso, se propició la destrucción de las instituciones económicas, políticas y espirituales. Las y los dominados se vieron obligados a abandonar sus prácticas y muchos aprendieron a simular admitir que las abandonaban para mantenerlas en la clandestinidad en continuo conflicto y resistencia. Se impuso la familia nuclear a fin de resguardar la propiedad privada que se concentró y vigorizó mediante las relaciones de trabajo esclavo y de servidumbre.
Se achacó a las mujeres “indígenas” y “negras” de ser poseedoras de lascivos apetitos sexuales, ellas se encargaron del cuidado de los hijos e hijas de las mujeres “blancas”, se encargaron de todo lo requerido para la producción y la reproducción de la vida, trabajaron en la agricultura, prepararon los alimentos, tejieron y confeccionaron las mantas, los trajes y los utensilios necesarios, cuidaron la salud de sus patrones, continuaron ejerciendo lo que podemos denominar la ética del cuidado o de bien vivir, como lo denominó Felipe Guamán Poma y los pueblos “indígenas” de América.
América fue imaginada a través del discurso de la abundancia y de una sexualidad salvaje y demoniaca plena de hembras en estado de naturaleza. La virilidad de los íberos, tal como los considerara Juan Ginés de Sepúlveda habría inseminado a una América feminizada en la concepción ibérica de inferioridad.
Se impuso el orden social patriarcal racializado entendido como la gestión y relación de autoridad, de organización social, del saber y del poder de larga duración en Occidente desde la visión del hombre/señor/ padre propietario, “blanco” y hoy en día impone sus normas y políticas en nombre del “estado nación” o “supranacional” y de las grandes cor-poraciones, presentándose de manera paternalista o autoritaria. La primera se esfuerza en ocultar la violencia que se ejerce cuando se piensa y considera que las mujeres y los pueblos distintos a Occidente son ajenos al saber, cuando se les cataloga de menores edad, mujeres y pueblos que no saben pensar y menos crear conocimiento que por eso necesitan ser tutelados; la legislación, la educación, la economía, la jurisprudencia lo avala. El segundo, implica el ejercicio autoritario de las relaciones y estructuras históricas de autoridad ejercido por las fuerzas del orden, las instituciones y organizaciones y partidos políticos, el aparato jurídico que avasalla, la universidad que programa estructuras curriculares desde la visión exclusiva del hombre “blanco” por lo tanto ajena a la realidad de las mayorías. Todo esta compleja red geopolítica del orden social clasista, racista y sexista se reproduce entre las mujeres, en las relaciones de género, en la intimidad, las parejas y familias, por eso los movimientos de mujeres y feminismos descoloniales precisan que la lucha feminista no es exclusivamente entre el hombre y la mujer y plantean ennegrecer, indigenizar y plebeyizar el feminismo, desaprendiendo, escuchando, conociendo y entendiendo, la heterogeneidad estructural, territorial y cultural de cada región y democratizando radicalmente sus organizaciones.
Es significativo que en el campo cultural surjan nuevas y diferentes voces escénicas, narrativas, poéticas, musicales, artistas plásticas, muralistas, nuevos enfoques en las ciencias que deconstruyen, resemantizan conceptos y teorías, el tiempo lineal, el racismo, clasismo y sexismo epistémico y estético, los imaginarios e historias impuestas y cartografías de opresión. Es significativa la presencia de las mujeres en las organizaciones económico populares que liberan y recrean modas, sabores y economías solidarias.
Es significativa, la resistencia y descolonialidad que se evidencia en la transformación de los estigmas simbólicos, encarnados en el cuerpo y en el alma, en potencias positivas. Por ejemplo, si la labor y la economía doméstica y de cuidado -ejercida sobre todo por las mujeres “no blancas”-, para la dominación patriarcal y el capitalismo racializados supone un campo menospreciado, infravalorado e invisible, pese a nutrirse de ella, por estar más cercano a un orden supuestamente natural; la descolonialidad supone darle dignidad y recuperar y afirmar el valor trascendental de la ética del cuidado en la reproducción de la vida y la producción social. Si la industria, la agricultura, la economía global y la vida so-cial se organizara desde el cuidado que prodiga el afecto -y no desde el despojo, la vio-lencia, la misoginia, la especulación financiera, el lucro, la explotación del trabajo, la des-trucción de la Naturaleza, las armas y las guerras- otra sería nuestra historia.
Hoy en día, la ética del cuidado sobrevive, con conflictos evidentes, en los pueblos andi-nos y amazónicos junto a los principios de yanantin, tinkuy, reciprocidad, etc., en el caso de las comunidades quechuas; que sería motivo de otra reflexión e interpelan a crear otro enfoque educativo en términos de pluriversidad y de género.
Concluyo dedicando este breve artículo a la memoria de todas las niñas y mujeres asesi-nadas, a todas las madres y mujeres que claman justicia. Todo el país está conmociona-do ante la violencia de género. Por todo esto, este 8 de marzo es otro día más de resis-tencia, sororidad y de movilización en todo el país.
(*) Socióloga Carolina Ortiz, profesora principal en la facultad de Ciencias Sociales en la UNMSM, especialista en género, colonialidad y educación.
[1] Habrás diversas manifestaciones en todo el país, los colectivos que integran Canto a la vida demandarán la implementación del Sistema y del Plan Nacional contra la violencia de género 2016-2021.
[2] Véase de Trinidad Tuttolomomdo, “Pasado y presente de la esclavitud africana”. Observatorio de conflictos. 2000. Disponible en: http://afrol.com/es/Categorias/Cultura/esp_esclavitud.htm
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