¿Qué se juega en el VRAE?

El tema del VRAE se ha vuelto emblemático. Allí no sólo se define la solución que el Estado pueda darle a un problema de violencia local

 Lino chipana obregon Flickr-El comercio
causado por el narcotráfico y los remanentes senderistas que le sirven de sicarios, sino también la actitud que el Estado peruano adopte frente a aquellos enemigos, internos y externos, que desafíen el control que cualquier Estado debe ejercer sobre su propio territorio y la protección que le debe brindar a la población.
El Estado ha tenido históricamente graves dificultades en el manejo del monopolio del uso de la violencia que le es inherente a un orden de este tipo. En el caso de la guerra interna que dos grupos, Sendero Luminoso y el MRTA, declararon contra la renaciente democracia peruana de la década de 1980, la actitud de respuesta fue de guerra sucia al margen y muchas veces en contra del Estado de derecho. Esta ha sido la situación que terminó en la dictadura mafiosa de la década de 1990, cuyas consecuencias, a pesar del regreso de la democracia en el 2000, vivimos hasta el día de hoy.
El problema para enfrentar una situación como la del VRAE y otras similares que se pudieran presentar en el futuro, es que los responsables políticos encargados pretenden hacerlo con la misma mentalidad de guerra sucia con la que se enfrentó la guerra contra el terrorismo. El primer síntoma de esta mentalidad es que se empieza, para enfrentar una situación de delincuencia organizada como es el narcotráfico, fabricando un enemigo político interno. El enemigo ya no sería principalmente el narcotráfico sino Sendero Luminoso. Peor todavía, en el paroxismo radical de algunos de sus voceros ya no sólo Sendero sino lo que ellos consideran los aliados de este como las ONG de derechos humanos y la CVR.
El segundo síntoma, es el poco cuidado por los civiles que habitan la zona y tienen allí su medio de vida. Cuando se habla de declarar esos valles “zona de combate” no se toma en cuenta el inmenso daño que ello podría causar a la población del lugar. Por último, el uso de estos inventos para fines políticos de corto plazo, instrumentalizando la situación e impidiendo en última instancia la solución del problema.
Hay por ello, definitivamente, que replantear la estrategia en el VRAE, pero ello no significa un simple cambio de táctica o una mejor interdicción de insumos químicos para la fabricación de la droga. Hay necesidad de que los responsables dejen de lado la mentalidad de guerra sucia que los atraviesa. ¡Basta de inventar enemigos políticos internos! Lo que se está combatiendo es una forma terrible de delincuencia organizada como es el narcotráfico, que tiene hoy como sicarios a remanentes del senderismo y que mañana puede tener a los mercenarios que estén disponibles. Este combate no solo se da en el VRAE sino en todo el país, no solo en la selva alta sino también en las altas esferas del poder, donde cada día hay más síntomas de infiltración delictiva. Hay necesidad, por ello, de inteligencia para producir golpes certeros, a la par que atención estatal a los pobladores de la zona para que estos no sean base social y productiva de los narcos.
Esta lacra amenaza la seguridad del Estado en el que busca implantarse, veamos nomás las guerras terribles que se libran en países como Colombia y México, en los que, desafortunadamente la militarización es cada día mayor. Es indispensable, por ello, una estrategia peruana, no estadounidense, para combatir el narcotráfico, en la que otros países contribuyan con experiencia y recursos pero no dirijan las acciones porque entonces terminamos siendo los soldados abandonados de otra estrategia planetaria muy probablemente fallida. Necesitamos una estrategia que rompa con la dinámica de los anuncios grandilocuentes y los resultados nulos o negativos para empezar a remontar las  últimas sorpresas y ganar batallas pero sin sacrificar la democracia.
Luego de los luctuosos sucesos de los últimos días le podría caber la tentación al gobierno de no querer comprarse pleitos mayores, lo que podría traducirse en un relativo retiro de la zona para que el tiempo pase y se le entregue la posta al siguiente. Mientras tanto, que la agitación del problema sirva para caricaturizar al que no comulga con el poder. Una retracción de este tipo sería nefasta porque podría llevarnos, en pocos años, a una situación como la mexicana, con varios VRAE y aun sin estrategia nacional efectiva frente a los mismos.

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