¿Qué futuro nos depara Humala?
Nicolás Lynch
Hay un debate sobre el final del gobierno de Ollanta Humala que la derecha quiere ocultar. ¿Por qué ha salido Humala de Palacio de Gobierno por la puerta falsa, muerto en vida como señala algún caricaturista? Para la mayoría de los opinadores por incapaz. No habría sabido administrar el país boyante que le dejaron. Otros, sin embargo, creemos que por traidor, por dejar de lado el programa que levantó para ser elegido quedándose nada más con sus objetivos personales y familiares. Esta es la parte que quiere ser olvidada. Y en este último empeño —de gestionar los intereses de otros y por consecuencia los suyos propios— resultó, efectivamente, un pésimo operador. Termina así sin satisfacer a nadie, pero con terribles consecuencias hacia el futuro.
Su traición ha afirmado la hegemonía de la derecha neoliberal en la política peruana como lo demuestran los resultados de las últimas elecciones y nos ha llevado ha elegir entre una derecha reaccionaria, representada por el fujimorismo, y una derecha conservadora, representada por PPK. La diferencia entre los dos es significativa aunque no definitoria. Los primeros no pueden ocultar sus lazos con la dictadura y la economía delictiva, especialmente el narcotráfico. Los segundos con el capital trasnacional y sus agentes a los que consideran el motor del desarrollo. Sabiamente nuestro pueblo supo distinguir en la segunda vuelta la delgada línea que separa a uno de otro. Ello nos permite mantenernos en los estrechos márgenes de una democracia limitada pero con pocas perspectivas hacia el futuro.
La posible eficacia del gobierno PPK se topa con las limitaciones estructurales del modelo neoliberal. Sin embargo, este no tiene necesidad, por el momento, de cuestionarse un ápice el modelo. El triunfo electoral y la hegemonía neoliberal hacen que el viento corra a su favor. La necesidad de alianzas va, a pesar de las dificultades, hacia el fujimorismo que tiene la llave del Congreso y no hacia el Frente Amplio por más ayuda electoral que le haya dado. En la eventualidad que se agudice la crisis, tanto económica como política, PPK va a confiar primero en quienes comparten la bondad del modelo antes que en quienes lo cuestionan. Solo podría ser al revés en el caso que el fujimorismo pretendiera algún zarpazo autoritario, por ahora remoto. Lo más probable entonces es que tengamos algunos años por delante de dolorosa administración de la crisis neoliberal en la que necesariamente tendrán que juntar fuerzas gobierno y fujimorismo.
En estas condiciones la lucha se va a dar por el espacio político, más específicamente por la reforma política. Porque ante una derecha que se reparta los roles de gobierno y oposición solo le va a quedar a la izquierda buscarse un lugar en el tablero. Los primeros momentos de este nuevo quinquenio no han sido los más auspiciosos. El fujimorismo, abiertamente, está buscando excluir al Frente Amplio, seguramente para minimizar su fuerza más que para desaparecerlo, siguiendo una tónica de exclusión de cualquier fuerza progresista que ha sido común en este régimen. De allí la urgencia de la reforma política. Una reforma que debe permitir el acceso y la democratización de la representación.
Desafortunadamente esta no parece ser la tónica de la dirigencia del Frente Amplio, más interesada en asuntos puntuales que en temas estratégicos. Al respecto Indira Huillca ha dicho que no le gustan los vientres de alquiler en referencia a un ofrecimiento de Yehude Simon, sin darse cuenta que goza de las bondades de Tierra y Libertad y Marco Arana ha refrendado que le quieren quitar su casa, recordando que las cosas tienen dueño. En ambos casos soslayan el problema de fondo por ventajas inmediatas y este es que tenemos un régimen político cerrado que no nos quiere dentro. Es una lástima, porque la represión en Conga, Espinar y Tía María; así como la prisión arbitraria de Gregorio Santos, lo que demuestran es que se puede venir una ola represiva mayor en la que el conflicto inclusión-exclusión se convierta en el fundamental y tengamos que luchar, quizás si muy tarde, por la supervivencia.
Por último, solo la reforma política nos pone en disposición de levantar banderas mayores como la Nueva Constitución, que pondría a la izquierda en un horizonte verdaderamente alternativo a la hegemonía neoliberal vigente para construir fuerza propia en el largo plazo.
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