¿Las empresas estamos siendo responsables?

Por: 

Leslie Pierce

A partir de la crisis financiera del 2008, existe una percepción creciente de que el capitalismo como sistema no logra crear la base de prosperidad adecuada.  Hoy en el mundo, principalmente en las economías más desarrolladas, hay ciertas corrientes que cuestionan el capitalismo como sistema.

Se dice que el capitalismo no funciona para todos, que acentúa las desigualdades económicas, que daña el medio ambiente, que recompensa excesivamente a quienes quieren hacer dinero en cualquier forma, que convierte a las personas en consumidores y no en ciudadanos e incluso que impide producir bienes públicos, entre otros defectos.  La izquierda moderna que, sin embargo, termina aceptando las bondades del mercado, critica además el sistema porque siente que a este no le preocupa el bien común, sino que promueve el beneficio personal.

Sin embargo, lo cierto es que el capitalismo es la principal fuerza del progreso en la historia moderna de la humanidad. Es el único sistema que ha probado ser efectivo, no hay otro que pudiera tener evidencias que mostrar. El sistema promueve la empatía e incluso la colaboración al recompensar cuando alguien decide voluntariamente satisfacer la necesidad de alguien más. Lo promueve para que ello se haga de forma voluntaria y a gran escala, no en forma compulsiva y eso es lo que hace superior a cualquier otro sistema. Es decir, permite que se decida libremente cómo comportarse, qué producir y qué consumir.

Pero, lo cierto es que desde los setenta las empresas abandonaron el concepto de prosperidad compartida en favor del concepto de maximizar las ganancias de corto plazo. Lograr los objetivos trimestrales se convirtió en el foco del mundo corporativo, muchas veces lográndolo de cualquier forma. Ello trajo consecuencias sociales y desigualdades económicas no deseadas, afectando la credibilidad del sistema.

Como consecuencia de ello, hoy se han desarrollado una serie de corrientes a favor del sistema, para defender los cimientos de lo que significa el liberalismo económico. Estados y empresarios han iniciado conscientemente un cambio de comportamiento que corrige los efectos negativos.

El capitalismo no puede desarrollarse sin que las empresas tengan una fuerte y decidida cultura moral, animada por la empatía y la preocupación por la comunidad. El capitalismo debe funcionar en un sistema de normas que haga sentido para todos y que asegure la interacción de manera que unos no se aprovechen de otros.

Hoy existe conciencia de que el comportamiento de las empresas debe ser otro. Es importante incorporar temas ambientales, sociales e institucionales por una motivación genuina y ni por un mero interés reputacional. Las empresas adoptan un “propósito” en su comportamiento hacia la sociedad.

Hoy en día, en el mundo desarrollado, es imposible que una empresa haga negocios sin que asuma total responsabilidad por el impacto, positivo o negativo, que pudieran generar sus actos. Decir que el único objetivo de una empresa es generar ganancias ha dejado de ser válido.

Por otro lado, está el Estado, que también tiene un rol básico, importante y permite que el sistema funcione cuando es manejado por fuerzas políticas elegidas por sociedades que creen en el sistema. Al final, se da una especie de pacto social tácito en el que la empresa se convierte en un agente de cambio positivo para la sociedad y recibe infraestructura básica del Estado, estabilidad institucional, económica y servicios públicos.

En ese contexto están los partidos políticos que, representando a los ciudadanos, defienden los principios básicos del modelo, que juegan un rol importante y que se organizan para ser elegidos en democracia y defender en esencia los principios y valores de la economía del mercado y del liberalismo económico. La base moral del sistema se evidencia en el respeto a las instituciones, en el comportamiento de las personas y con el ejemplo. Esto en el mundo desarrollado.

En el Perú, pareciera que estamos haciendo las cosas en sentido contrario. La realidad de hoy nos muestra un estado de cosas que no es crítico. Por un lado, estamos en una situación de ingobernabilidad nunca vista. El sistema de hoy está siendo mellado por el enfrentamiento irresponsable entre dos fuerzas políticas que piensan igual, que defienden el sistema capitalista y que llegaron al poder mediante la expresión del voto popular. Una controla el Ejecutivo y la otra el Poder Legislativo. En ese enfrentamiento, están socavando las bases mismas del sistema, creando incertidumbre y desconfianza, obstaculizando reformas necesarias, frenando el crecimiento y en definitiva restándole valor al país, con las consecuencias que todo ello tiene en el ciudadano.

Por otro lado, está el comportamiento de algunas empresas que siguen haciéndole daño a la credibilidad del sistema. Están todos los casos de corrupción en el sector de la construcción, que siguen sorprendiendo a los peruanos. También está ese comportamiento, tan lejos de tener un propósito social, de algunas empresas que siguen manteniendo conductas de poco respeto hacia el consumidor, que abusan de una posición de dominio para seguir haciendo negocios a su manera o de etiquetar productos cuyos contenidos son distintos a la realidad.

Es tiempo de darnos cuenta de lo importante que es nuestro comportamiento como agentes sociales, tanto para los partidos políticos como para las empresas que, aunque a veces no sean conscientes, llevan una gran responsabilidad para las generaciones futuras de este país. 

Publicado en el Suplemento Día 1 del Diario Gestión. 19/08/2019 

 

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