El Estado soy yo

Por: 

Nicolás Lynch

La frase de Luis XIV escrita en el techo del salón de los espejos en el Palacio de Versalles parece que también ocupa el frontis del diario El Comercio. El día sábado 11 de abril de 2015 en el editorial titulado “Rancio Abolengo” el diario se lamenta del llamamiento que el día jueves 9 del presente un conjunto de fuerzas de izquierda hicieran al país, para formar una alianza progresista de amplio espectro que presentara una propuesta alternativa al manejo del Perú en los últimos 25 años, de cara a las elecciones del 2016.

La queja es que las fuerzas del llamamiento no representamos algo nuevo sino que somos parte de lo viejo en la política peruana, usando la retórica del cambio para ocultar un presunto proyecto esclerotizado. Efectivamente, los que hemos hecho el llamamiento formamos parte de una tradición política y no nacimos ayer en la escena nacional. Somos la juventud que derrotó a la dictadura militar de Morales Bermúdez con los paros nacionales de julio de 1977 y mayo de 1978, los que acompañamos a Alfonso Barrantes en el gran esfuerzo democratizador que significó la Izquierda Unida, los que combatimos a Sendero Luminoso y pusimos también los muertos en el ejemplo imperecedero de María Elena Moyano. Somos los que nos opusimos desde el primer momento al golpe del cinco de abril de 1992 y sufrimos persecución por ello. Los que abrimos desde la calle, acompañando el ímpetu de otra juventud, las puertas de la transición democrática entre 1997 y el 2000 y apostamos, desde el gobierno de Valentín Paniagua, la Comisión de la Verdad y las promesas incumplidas de sucesivos candidatos y luego presidentes, a un Perú reconciliado que pudiera construir una democracia con justicia social.
 
Sin embargo, la dictadura primero de Fujimori y Montesinos, y la frustración democrática en la que se esmeraron Alejandro Toledo y luego Alan García, pero sobre todo la traición de Ollanta Humala que las derechas tanto aprecian, han impedido que este Perú reconciliado  sea una realidad. Hemos apostado, qué duda cabe, a que este país escindido tome otros rumbos y en ese esfuerzo también nos hemos equivocado. Nos equivocamos desde la izquierda al promover el voto por Fujimori  en 1990 frente a la retórica tremendista de Vargas Llosa, aunque fuera difícil distinguir en medio de la debacle de fines de los ochentas. Nos equivocamos con el Toledo de la vincha que resultó una decepción, pero sobre todo con Ollanta Humala que asumió el discurso de la Gran Transformación para cambiarlo por las mieles del poder. Participamos, es mi caso, con Toledo y Humala, para luego morder el polvo de la derrota personal y colectiva. ¿Nos condena la equivocación al ostracismo como creen ustedes? De ninguna manera. Hemos preferido equivocarnos a quedarnos en casa. Hemos preferido seguir arriesgando lo que nos queda de vida para que el optimismo del ideal siga adelante y el Estado deje de ser un yo.
 
Pero no es nuestra trayectoria lo que les preocupa a ustedes. Están asustados con nuestros planteamientos y la persistencia que demostramos y está bien que así sea. Creemos que un cuarto de siglo de regresión neoliberal ha enriquecido a unos pocos y dejado igual sino peor a la mayoría de los peruanos. La cifra de la que no pueden escaparse es que una década de crecimiento extractivo (2003-2013) solo genera 12% de la PEA en trabajo con derechos. Lo que otros países tienen de desocupación nosotros lo tenemos de ocupación. Ningún país se ha desarrollado en ninguna parte en base a la exportación de materias primas sin valor agregado y ustedes los saben tan bien como nosotros. Por ello creemos en la necesidad de una nueva forma de crecer, que desarrolle la agricultura y la industria para dar empleo con derechos, potenciar nuestros mercados internos y exportar valor agregado, no solo piedras.
 
Para hacer esto necesitamos un nuevo contrato social. Es imposible con la imposición de 1993 que les dio casi todo a los grupos de poder y casi nada al resto de los peruanos. Para ello es urgente una Nueva Constitución que reequilibre el tablero garantizando la igualdad de derechos, sobre todo sociales y culturales, la autoridad pública en materia económica y que consagre la descentralización como un pilar del Estado Democrático. Una vez más, el Estado debe ser de todos, no solo de los que más tienen e influyen, como lo sintieron millones de peruanos en Conga y lo han vuelto a sentir en Tía María. Un contrato, sin embargo se hace entre varios, no queremos a las derechas afuera sino adentro de ese nuevo pacto, debe haber sitio para todos en la comunidad democrática que proponemos. Más allá del esfuerzo de ustedes por considerarnos sus enemigos, insistimos en ser solo sus adversarios.
 
Nos da el aliento un nuevo despertar juvenil, el de aquellos jóvenes que vienen de las jornadas de diciembre y enero y que ustedes no han querido sacar en las fotos de nuestro evento del jueves. Por ello, con el calor de tres juventudes, la de los paros nacionales, la de la lucha antifujimorista y la de los pulpines, nos encaminamos a gobernar. Una vez más los decepcionamos pero no estamos destinados a ser una izquierda de adorno.

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