Subir salarios hoy es bueno para la economía
Xavier Vidal-Folch
Más allá de imperativos de justicia, redistribución y cohesión social, subir salarios, hoy, es bueno para la economía. Subirlos, no bajarlos, contra lo que se hizo durante y después de la Gran Recesión. Porque el incremento de los sueldos sostiene el consumo privado, pilar de la recuperación europea; alienta la productividad y disminuye la corrosiva desigualdad.
El acuerdo sobre esos efectos benéficos es generalizado, excluidos los ultraideologizados servicios de estudios de alguna patronal. “Mayores ajustes salariales a la baja (en la periferia europea) corren el riesgo de ser contraproducentes” por deprimir la demanda, apuntaba el informe anual de la OCDE sobre empleo (9/2014).
“Ha llegado el momento de aumentar los salarios, que llevan años creciendo por debajo de la productividad”, sostuvo el presidente del BCE, Mario Draghi, ante el Parlamento Europeo, (26/9/2016). Hay margen para subir el salario mínimo en España un 10% “sin que se perjudique a la competitividad y al empleo”, indicaba la OIT: al final ha subido un 8%, tras un pacto Gobierno-PSOE.
Quienes creen que subir salarios destruye empleo y atenta contra la prosperidad económica deberían acudir a los análisis solventes de lo acontecido. A saber:
El buen momento económico de la eurozona, que ahora supera al de los EE UU (14 trimestres ininterrumpidos de crecimiento, desempleo de un solo dígito, mejor clima empresarial en seis años), ha generado la “más fuerte creación de empleo desde 2008”. Y se sostiene sobre el aumento del consumo privado: debido al alza del empleo, al aumento de los salarios nominales y al mayor poder adquisitivo de las familias, concluye la reciente Previsión Económica Europea (European Economy, documento 048, 2017)
El aumento del salario mínimo interprofesional (SMI) no es al respecto el dato definitivo, pero sí referencia para el incremento salarial global, además de motivo de polémica entre economistas.
En España, el gran detractor del aumento del SMI es el Instituto de Estudios Económicos de la CEOE, presidido por el economista aznarista José Luis Feito. Defiende que ese aumento causará todos los males: “aumentará el peso de la contratación temporal, reducirá la duración de la jornada media de trabajo, y ralentizará el crecimiento del empleo a tiempo completo, incrementará el paro estructural de los jóvenes y de los trabajadores de baja cualificación e incentivará la economía sumergida” (Las consecuencias de la subida del salario mínimo en España, IEE, febrero de 2017).
Son tétricas profecías similares a las que lanzó la patronal alemana cuando el SPD condicionó su coalición con la canciller Angela Merkel al establecimiento de un salario mínimo. No solo no acarreó ninguna de todas esas calamidades, sino que la economía germana ha seguido con envidiable buen viento.
¿Excepción alemana? Es la tónica de toda Europa: afianzar mínimos salariales. “Todo empleo debe ser honestamente remunerado, posibilitando un estándar de vida decente; los salarios mínimos se establecerán mediante mecanismos transparentes y previsibles”, reza el proyecto de Pilar Europeo de Derechos Sociales (COM)(2016),127 final), 8/3/2016).
Además, 15 de los 22 Estados miembros de la UE que tienen SMI lo han ido aumentando más en los últimos años, lo que ha redundando en mejor crecimiento del PIB (Growth of minimun wages accelerates across Europe, Karel Fric, Social Europe, 27/2/2017).
Desde el análisis doctrinal —y empírico—, el economista muy liberal Miquel Puig (La gran estafa, Pasado&Presente, Barcelona 2017) desarbola al ultraconservador Feito: es falso que el SMI obligue “al empresario a pagar demasiado al trabajador: nunca pagará a ningún trabajador por encima del valor de lo que produce”; “no es cierto que la existencia de un salario mínimo elevado cree paro”. Al revés, los datos de Suiza, Austria, Francia y España revelan que, “cuanto más alto es el salario mínimo, más baja es la tasa de desocupación”. Léanlos.
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