Trump y el cambio de época

Por: 

Humberto Campodónico

El presente artículo fue publicado en Otra Mirada el 06 de febrero.  Esta es una versión posterior aumentada.

Nuestro sistema histórico ha entrado en crisis

El triunfo de Trump en las elecciones en EEUU está significando un verdadero cambio de época pues afecta todas las condiciones económicas, sociales, políticas e institucionales que se plasmaron al final de la Segunda Guerra Mundial y que, claro, sufrieron varias mutaciones en años posteriores. Algunos fueron muy importantes, como la caída de la URSS, el rol preponderante del neoliberalismo y el avance de la globalización, hechos y procesos que, ahora, están en el momento del desenlace y tienen todavía camino por recorrer. 

Uno de ellos es la quiebra (¿temporal?, ¿permanente?) de un orden internacional basado en reglas que todos los países debieran respetar, basados en el principio de la vigencia de la soberanía nacional y la adopción del multilateralismo, que tiene como estandarte principal a las Naciones Unidas. Cierto, ello no siempre se respetó. Allí tenemos las innumerables resoluciones de la ONU acerca de que la solución de la crisis palestina pasa por la creación de dos Estados, Palestina e Israel, lo que siempre fue rechazado solo por dos países, Israel y Estados Unidos.  La reciente declaración de Trump de entrar unilateralmente a Gaza tira todo el derecho internacional por la borda y es el ejemplo más impactante de esta nueva realidad. Ese carácter impulsivo de Trump hace visible también su debilidad y le va a jugar en contra.

El tema económico de más alta relevancia es el fracaso del proceso de globalización que comienza en la década del 80 del siglo pasado. Al compás de las innovaciones tecnológicas se consideró que los procesos de producción y consumo ahora tenían como mercado a todo el globo terráqueo. Se dijo que ahora “el mundo es plano”, que los capitales no tienen patria y que su libre entrada y salida llevaría a inversiones y crecimiento económico que beneficiaría a toda la población. Es el neoliberalismo llevado a su máxima expresión.

El eje de esta política ha sido la creencia de que los mercados se autorregulan con la libre competencia, tanto en el plano económico y comercial como en el financiero. Ahora la función del Estado va a consistir en preservar los privilegios del modelo económico. Lo principal: dejar a la economía en “piloto automático” y todo lo demás vendría por añadidura. 

Pero no fue eso lo que sucedió. La gran predominancia del capital financiero desde fines de los 70 impulsó la desregulación financiera, que se cristalizó con el “Big Bang” de la City de Londres en 1986.  Alan Greenspan, jefe del Banco Central de EEUU (la FED) de 1987 a 2006 impulsó la misma política.  Así, el sector financiero se volvió más importante que la economía real: nació la “financiarización””. Ese crecimiento del capital financiero, ayudado por la desregulación, llevó a la “Gran Recesión” del 2008, sobre todo por las “hipotecas basura”, que no tenían garantías reales. Se comprobó, otra vez, que no existen los mercados “autorregulados”, menos aún en el sector financiero.

Lo que sí sucedió fue que aumentaron las grandes fortunas: surgieron los trillonarios. Y también aumentó la globalización de la desigualdad de ingresos, profundizando las brechas sociales, lo que está bien documentado por economistas de todas las escuelas, entre ellos, Thomas Piketty. 

Immanuel Wallerstein, autor de los tres volúmenes de la “Economía Mundo” nos dijo hace 27 años: “El antiestatismo generalizado, al deslegitimar las estructuras del Estado ha vulnerado un pilar esencial del moderno sistema mundial sin el cual no es posible la acumulación incesante de capital. La celebración ideológica de la llamada globalización es el canto del cisne de nuestro sistema histórico que ha entrado en crisis. La pérdida de esperanza y el miedo que la acompaña son parte de la causa y el síntoma principal de esta crisis. Con la globalización la era del desarrollo nacional como meta plausible, a partir del Estado Nación, ha terminado” (Utopística, Siglo XXI, 1998).

Uno de los países que más sufrió con la globalización fue Estados Unidos, pues la deslocalización de la producción a terceros países provocó desempleo y pobreza en su “cinturón industrial” (Pennsilvania, Michigan, Ohio, Wisconsin).  Ese descontento no fue priorizado por los demócratas, que continuaron con la política de la “coalición arco iris” (mujeres, negros, latinos, ambientalistas, nuevos grupos sexuales e inmigrantes, entre otros). En las elecciones del 2016, Trump capitalizó la protesta y el descontento prometiendo traer de vuelta las inversiones industriales y los empleos, criticando al libre comercio. Y ganó las elecciones.

A partir de allí Trump impulsó, cada vez con más fuerza el uso del aumento de aranceles como un arma para, de un lado, proteger su mercado interno y hacer a América grande otra vez y, de otro, como un arma de negociación con terceros países (sean o no “países amigos”) con el objetivo de cristalizar sus objeticos políticos en temas de migración, seguridad nacional, obtención de minerales críticos, etc. Esto ya está llevando a enfrentamientos políticos (Canadá, México, Panamá), lo que puede extenderse a otros países de América del Sur y el mundo entero.

El fondo del asunto es el cambio producido por la Gran Transformación del capitalismo que describe Karl Polanyi: antes las actividades económicas formaban parte de las relaciones sociales (estaban “incrustadas” en la sociedad) y no eran autónomas. Ahora la cosa está al revés: la sociedad está subordinada a las leyes de la economía, es decir, a los mercados concentrados con predominio de grandes oligopolios y, muchas veces, monopolios. Eso genera la protesta social, que se expresa en un “contra movimiento” desde la sociedad, que puede tomar tintes autoritarios, desde el fascismo “de derecha” hasta el extremismo “de izquierda”.

Lo real, más allá de las interpretaciones, es que el discurso económico de Trump, quejándose del libre comercio desde el 2016, ha desembocado en la alianza con los nuevos billonarios: Musk, Zuckerberg, Bezos y Altmann, entre otros. La nueva oligarquía digital en EEUU ahora comanda las esferas más importantes del gobierno. Y ha comenzado una guerra cultural que tiene como objetivo acallar la representación y las voces de quienes piensan distinto.

Y, como dice Stiglitz, tienen una gran ventaja, pues con X (antes Twitter) y Facebook poseen mejores herramientas para controlar la propaganda y más conocimiento sobre cómo meterse bajo la piel de todo el mundo. Son peores que la propaganda nazi y comunista.  Tienen todo el conocimiento de la psicología y de la economía conductual y todas las herramientas de la Inteligencia Artificial. Así que pueden segmentar mensajes para enviarlos a diferentes personas. Musk y Zuckerberg han reconocido, como Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, que la verdad no existe” (Diario El Mundo, 04/02/2025, Madrid, https://www.elmundo.es/la-lectura/2025/02/04/67a0dfc1e9cf4af8678b45b3.html).

El punto común de encuentro entre Trump y los billonarios es el odio al Estado. Para Trump, se trata del “Deep State” (FBI, Departamento de Justicia, USAID) que, dice, gobierna contra la población (sobre todo contra él) y ahora lo desarma, reivindicando el golpe del 6 de enero del 2021. Para los billonarios se trata de acabar con cualquier tipo de regulación estatal que impida su “libertad” para impulsar sus negocios y los culpables son los “progresistas”. Su objetivo no solo es “nacional”. Se trata de golpear, hasta disolver, a la Unión Europea (apoyo a los neonazis en Alemania, a Marine Le Pen en Francia, a Vox en España, a Víctor Orban eh Hungría, y así). Si ese no es el camino del fascismo, por lo menos le pega en el palo.

Wallerstein : El capitalismo ya no “hace sistema”
“Estamos atravesando entonces momentos de bifurcación sistémica de transición histórica. El capitalismo ya no “hace sistema” en el sentido que lo entiende Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química de 1977: “cuando un sistema, biológico, químico o social se desvía mucho, y de manera muy frecuente, de su situación de estabilidad, ya no puede reencontrar su equilibrio: esa es la bifurcación. En 30 o 40 años emergerá un nuevo sistema: podría ser un sistema de explotación más violento que el capitalismo, así como también un modelo más igualitario y redistributivo. Depende de lo que hagamos” (Entrevista de Antoine Revechon, El capitalismo llega a su fin, Le Monde, 23/10/2008.

Otro objetivo clave es la lucha contra el Cambio Climático. Trump sacó a EEUU de los Acuerdos de París en el 2017, Biden regresó y ahora Trump se volvió a salir. Dice que el 
Cambio Climático es mentira y ya puso en marcha nuevas inversiones en combustibles fósiles, lo que beneficia a sus amigos de las grandes empresas de hidrocarburos. Además del objetivo crematístico está el ideológico: como los Estados-Nación son los que tienen que comandar esta lucha, queda claro que no es el “libre mercado” quien va a resolver el problema. Al contrario, es el obstáculo. Eso desespera a Javier Milei: le malogra el “floro libertario”. 

Estamos asistiendo al desenlace del “trilema” que Dani Rodrik enunciara hace más de una década: no puedes tener al mismo tiempo la globalización, la soberanía nacional y la democracia. Solo puedes impulsar dos de las tres. En el caso de Trump, ya no quiere globalización (pues le quita el mercado interno y por ahí también camina el multilateralismo), quiere la soberanía nacional (Make America Great Again). Y tampoco quiere democracia sino gobernar autoritariamente. Aquí Trump desecha dos de los tres ejes del trilema de Rodrik. Solo se queda con uno: “su” soberanía nacional.

Todo esto sucede en medio de una pugna por la hegemonía en el Siglo XXI con el Estado emergente, China. Su ascenso económico ha sido espectacular. Y lo ha logrado con una política llamada de economía mixta, con empresas privadas y públicas, con planificación de largo plazo (Iniciativa de la Ruta de la Seda, donde se ubica Chancay). Y sobre todo, con un impulso al desarrollo industrial diversificado que la ha convertido en la “fábrica del mundo”). Esa es la clave de su avance que le ha permitido liderar muchos espacios de punta tecnológica, incluida la Inteligencia Artificial, como hemos podido apreciar con el lanzamiento de “Deep Seek”.

Ya no tenemos espacio para abordar este tema de fondo que es, finalmente, el espacio donde se decidirá el futuro de la humanidad en este cambio de época. El historiador Graham Allison dijo en el 2016 que estaba al acecho la “Trampa de Tucídides”, quien relató hace 2,500 años que el ascenso de Esparta generó el temor del hegemón Atenas, lo que dio lugar a la guerra del Peloponeso. Agrega Allison que ese desenlace ha sucedido muchas veces en la historia, pero que no es inevitable. 

Esperemos que así sea. Mientras, no debemos caer en el alineamiento con una u otra potencia (¿y si Trump dice que el puerto de Chancay debe venderse a un inversionista extranjero?), sino velar por los intereses nacionales, mejor si vamos acompañados de otros países de la Región y del mundo. 

Mientras tanto, espero que haya paz en Gaza, más allá de Trump. Y de Nettanyahu.