La ruptura en el siglo XX es la reforma agraria

Por: 

Nicolás Lynch

Después de mucho tiempo, el 50 aniversario de la reforma agraria velasquista  ha merecido una evaluación que ha ido más allá del ataque de bilis oligárquico. No es causalidad, nos encontramos de lleno en una crisis de la hegemonía neoliberal que ha dominado por treinta años la sociedad y la política en el Perú.

El reparto agrario de diez millones de hectáreas entre cuatrocientos mil familias campesinas, la reforma agraria más importante de América Latina y quizás si una de las más importantes del mundo, es un hecho fundamental a tomar en cuenta para explicarnos el Perú de hoy. La reforma misma, por otra parte, no fue producto de la ocurrencia de un general sino parte de un proceso de crisis de la servidumbre en el campo, grandes luchas campesinas y temblores del edificio oligárquico que se terminaría de venir abajo con su puesta en marcha. La reforma tuvo errores, qué duda cabe, entre ellos el modelo de gestión que colapsaría en la década siguiente, pero en el balance los logros son mucho más importantes que las equivocaciones.

Me ha dado gusto por eso ver que La República entrevistaba a protagonistas de la época y viejos dirigentes campesinos que daban una idea de los tiempos de la opresión gamonal. Aparecía nuevamente el espíritu de Papá Mohme, fundador de esa casa, para señalarnos que la reforma agraria ha sido uno de los pilares de la democratización del Perú.

Sinesio López ha sido certero cuando nos ha señalado en artículo reciente que el gran logro de la reforma agraria fue la liquidación del poder gamonal, aquella configuración de poder en el campo, literalmente sobre vidas y haciendas, que era la base del poder oligárquico. Además, el poder gamonal reproducía a la clase terrateniente, la clase anti democrática por excelencia que necesitaba de la dictadura para subsistir. Después del gamonalismo es posible pensar en democracia, antes no. Se tiene que terminar el poder, al menos formalmente, sobre territorios y personas, para que la igualdad jurídica empiece a tener alguna realidad. No por casualidad los períodos de democracia electoral más largos de la historia peruana (1980-1992 y 2000-2019) son posteriores a la reforma agraria.

Sin embargo, habría que agregar la gran consecuencia de esta liquidación gamonal: la democratización social. Me refiero al impulso a la igualdad de estatus —la consideración del otro como igual— que es la base para combatir cualquier otra desigualdad. Esta democratización, expresada como movilización de la sociedad que es el motor de la democracia, ha sido el patito feo en los últimos años y paradójicamente se la quiere reprimir con el Estado de Derecho. A pesar de la reforma agraria, la ley se expresa todavía como privilegio de los que añoran el poder gamonal más que como derecho del conjunto de los ciudadanos. Pero, de la reforma agraria en adelante, los privilegiados saben que reclaman un poder arbitrario, condenado a la extinción si es que queremos que este país tenga futuro.

Por todo esto creo que en el siglo XX peruano el parteaguas es la reforma agraria y no la guerra sucia ni el cinco de abril. Estos dos últimos, como las grandes expresiones de odio de nuestra historia republicana, fueron posibles porque la no culminación de la reforma dio rienda suelta a los demonios más reaccionarios de la sociedad, impidiéndonos continuar con la democratización social que esta había desatado. No comparto, por ello, la fijación de las ciencias sociales en los últimos años con las memorias de la guerra sucia y las consecuencias del cinco de abril desconectadas del momento anterior. Creo que estos temas no adquieren pleno sentido sino se les pone en la perspectiva de las transformaciones velasquistas y en especial de la reforma agraria.

Hoy que cruje la reacción posterior a la reforma, por su incapacidad para regresar las cosas al momento anterior a 1968, es hora de corregir la versión que nos han machacado en los últimos cuarenta años. Hay  para decirle a nuestros hijos y nietos que en este país hubieron mujeres y hombres justos que ya hace medio siglo tuvieron el coraje de apostar por un país mejor desde nuestras raíces agrarias, andinas e indígenas.

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