Feria de vanidades
Nicolás Lynch
Nos encontramos frente a la paradoja que cuando el Perú podría tener un escenario electoral con una o alguna propuestas alternativas, dada la crisis del modelo imperante, lo que existe es más de lo mismo. La abrumadora mayoría de los candidatos pugnan por ser los mejores representantes de la continuidad neoliberal y, peor todavía, de la característica más terrible de la misma: la economía delictiva.
No estamos en cualquier coyuntura política. El espejismo de progreso de los últimos 25 años ha entrado en crisis. El ciclo de auge, promovido por el modelo de exportación de materias primas, firmemente atado a lo que suceda con los precios de las mismas en el mercado mundial, está en falencia y no va a recuperarse en el corto plazo. Los que han gozado del modelo insisten en que se trata de problemas burocráticos, demasiados derechos laborales y agitadores ambientalistas, pero tres años con esa cantaleta no han mejorado al moribundo y no lo van a hacer porque el problema no es de funcionarios, por más incapaces que estos sean, sino estructural. Nos vuelve a pasar lo que ya nos ha pasado a lo largo de nuestra historia, pero la fuerza de los que mandan es tal que nos siguen contando con éxito el mismo cuento de la exportación de las materias primas como camino al desarrollo.
Sin embargo, luego de este cuarto de siglo quedan las huellas, a veces pareciera que indelebles, de esta restauración conservadora. La fragmentación social producto de la masiva informalidad, el cuentapropismo que postula salir adelante cada cual individualmente, el consumismo y las deudas impagables que agobian cada vez a más peruanos. Todas ellas impiden hasta ahora que la mayoría empiece a considerar posible un camino alternativo. A esto se agrega la crisis de la política desprestigiada por la corrupción generalizada de los que naturalizan el modelo y por la incapacidad de los que podrían constituirse en alternativas al mismo.
Empecemos por Keiko Fujimori cuya identidad es una dictadura que tuvo como líder a su padre, preso por ladrón y asesino de acuerdo a sentencia de la Corte Suprema. Pedro Pablo Kuczynski, que se ha caracterizado en su vida política por su entreguismo a favor de intereses extranjeros y un lobbismo reiteradamente denunciado a favor de los mismos. César Acuña, un empresario emergente, acusado de usar el dinero de las universidades de su propiedad para sus campañas electorales. Alan García, quien no logra reponerse de las acusaciones de los narcoindultos a pesar de su novísima alianza con el PPC y lucha, parece, ya no por pasar a la segunda vuelta sino por salvar el registro de su partido y el de su ocasional aliado.
Pero queda un pelotón sin esperanzas. Alejandro Toledo de Perú Posible que más parece un chiste que un candidato. Daniel Urresti del Partido Nacionalista que ya tenía problemas de credibilidad que parecen haberse agudizado con el jale de Susana Villarán, otrora defensora de los derechos humanos; dicen que solo lo salva un aluvión de presupuesto público que lo saque a flote. Nano Guerra García que uno ya pierde la cuenta de por quién se presenta. Y en fin, otros más entre los que podemos mencionar a Verónica Mendoza del Frente Amplio, quizás si la única candidata con propuestas alternativas, que se caracteriza por su enorme sinceridad personal pero a la vez por una formidable falta de filo político. Ojalá que el inicio de la campaña la ilumine y la tengamos, por lo menos, desafiando creativamente al poder.
¿Qué son las elecciones con estos candidatos en su mayoría inútiles para afrontar los problemas del Perú? Pues una feria de vanidades. Lo hemos visto en la definición de las candidaturas y sus acompañantes. Las alianzas más extrañas, los jales más impredecibles. Estoy seguro que Lourdes Flores, Vladimiro Huaroc, Mercedes Araoz, Anel Towsend, Susana Villarán, Nano Guerra; ni soñaron hace tres meses estar donde están. ¿Qué hubo de programas, convicciones, principios, militancias? Nadie sabe, deben formar parte de los trastos viejos. Se trata de llegar y para tal efecto hay que chapar lo que se presente. En algunos casos por figuración pública y en otros parece que por fines inconfesables.
¿Cuál es el futuro del Perú en estas circunstancias? En el mejor de los casos continuar con el piloto que se impuso como automático con el golpe de Alberto Fujimori el cinco de abril de 1992 y significó la imposición violenta del modelo neoliberal. En el peor y tomando en cuenta la crisis del modelo exportador de minerales, el desarrollo de la economía delictiva y el intento abierto, como sucedió en Colombia y sucede en México, del asalto al poder político para completar el círculo del negocio criminal. En cualquier alternativa, la mala o la peor, se supone un deterioro agudo de las condiciones democráticas que no avizora una salida a los problemas de exclusión económica y política que padecemos.
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