El perdonavidas*

Por: 

Nicolás Lynch

En un artículo publicado el 20 de enero de 2013 en el diario La República, el politólogo estadounidense Steven Levitsky hace de perdonavidas de la izquierda latinoamericana para construir una falsa oda a la moderación.

Para Levitsky la izquierda latinoamericana estaría bien siempre y cuando desarrolle su conducta política en los marcos de la denominada democracia liberal. Si nos atenemos en llamar así a los regímenes que emergen de las transiciones de los setentas y los ochentas, se trata de la democracia de élites que los gringos nos vendieron como mercancía barata en esos años y que ha fracasado estruendosamente en la región junto con toda “la tercera ola” de democratización al estilo USA que augurara en esos años Samuel Huntington, profesor de Harvard al igual que Levitsky. 

Indudablemente que el fenómeno de nuestra época no es la izquierda que se esfuerza por formar parte de ese pasado fracasado, por el contrario, el gran fenómeno de los últimos quince años en América Latina –del cual la derecha todavía no se repone– es el giro a la izquierda que nos ha dado, en distintos momentos, una docena de gobiernos progresistas, de izquierda y centro izquierda, con matices y énfasis diversos, pero reivindicando las banderas de la nación, la justicia social y la profundización de la democracia. A diferencia de Levitsky que quiere separar por los matices, estas izquierdas en el gobierno se esfuerzan por multiplicar lazos de cooperación y solidaridad. Una muestra de ello son la Unasur, el Mercosur y últimamente Celac. Esfuerzos de integración que agrupan a países con gobiernos de distintos signo pero donde es claro el liderazgo progresista.

Las democracias que emergen de las transiciones fracasan en América Latina porque son democracias de pata coja, ofrecen algunos derechos civiles y políticos en el momento de salida de las dictaduras militares pero poniendo de lado los derechos y la organización social. Por esta razón nunca se pueden consolidar como regímenes estables y los sectores populares se ven imposibilitados de inscribir sus demandas en esa precaria institucionalidad liberal.   Este es el origen del giro a la izquierda y de la elección de gobiernos que deciden “gobernar bien” pero para sus pueblos y no solo para las élites y los poderes extranjeros.

En el Perú se ha ido conformando una mayoría social en la década posterior a la caída de la dictadura fujimorista que no ha logrado todavía llegar al gobierno de manera estable. El momento más cercano ha sido con la elección de Ollanta Humala, pero el abandono progresivo de las banderas de transformación por parte de este último ha viciado también esta posibilidad. Sin embargo, estos años han servido para que el electorado, más allá de volatilidades y liderazgos efímeros, construya una agenda  en torno a las grandes banderas de la región en la actualidad: nación, justicia y democracia ­­–las tres juntas y no separadas– diferenciándose del modelo neoliberal y rebelándose contra la frustración democrática actual. El reto es hoy volver a convertir esta mayoría social en una mayoría política que llegue al gobierno para efectivamente transformar el Perú.

La revocatoria contra el gobierno municipal de Susana Villarán es una muestra de que a la derecha, en la mayor parte de los casos, no le interesa ninguna izquierda, ni a la que le dicen moderada ni ninguna otra. Lo que quieren es la democracia precaria actual, con súbditos prestos al “chi cheño” y palo para los demás. El respeto solo se gana con la persistencia en los principios y una propuesta programática de real transformación.

Lo que existe en la actualidad es una contraofensiva de los Estados Unidos para recuperar el terreno perdido por el descrédito de sus democracias de élite y el fracaso del modelo neoliberal. Esta contraofenisva, que tiene en el Perú alguna de sus plataformas continentales, tiene como primer objetivo desacreditar a los gobiernos que han optado por el camino de la independencia nacional y, por lo tanto, de la distancia con el imperio del norte. La propaganda curiosamente distingue entre buen y mal gobierno de acuerdo a si uno está más o menos cerca del gobierno de los Estados Unidos. Los que están cerca reciben los elogios y los que están lejos el sabotaje. Los conceptos de moderación y radicalidad se usan de la misma manera. Moderados y buenos son aquellos que simpatizan con nosotros mientras que radicales y malos los que no nos hacen caso.

Creo que la América Latina liderada por el progresismo está más allá de estas distinciones que no nos llevan a ninguna parte y más bien se inscribe en un movimiento de autonomía que trata de lograr un espacio propio en el mundo contemporáneo, lejano ciertamente de los chantajes liberales.

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