Los cien años del octubre rojo

Por: 

Nicolás Lynch

La revolución de octubre, sin lugar a dudas el acontecimiento político más importante del siglo XX, ha motivado reacciones encontradas en nuestro medio. Por un lado, quienes la descartan como un accidente de la historia producto de la audacia de Lenin y sus compañeros, del cual no se puede rescatar nada positivo; por otro, quienes la señalan como el inicio de una nueva era cuyo progreso ascendente ha sido frustrado por el imperialismo y sus aliados internos siempre presentes en cualquier proceso de transformación. Frente a esta polarización en la que el recuerdo de la revolución estaría condenado a perderse hay necesidad de una recuperación crítica de la misma.

La revolución rusa fue producto de la crisis del imperio zarista, en agudo proceso de descomposición desde décadas atrás, y de la primera guerra interimperialista por el control del mercado mundial de la época que expresaba también una grave crisis consecuencia de la naciente internacionalización del capital. Frente a estos hechos los bolcheviques, ala izquierda del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, venían desarrollando una estrategia que les permitió, una vez desatados los acontecimientos con la derrota del zarismo y la caída de la autocracia en febrero de 1917, conducir al pueblo ruso con el liderazgo de Lenin, al asalto exitoso del poder a principios de noviembre (calendario occidental) de 1917, dando origen a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

La revolución significó un salto cualitativo en la emancipación no sólo del pueblo ruso sino, en su proyección, de la humanidad entera. Un cambio social y político de proporciones sacando a los poderosos de los espacios por excelencia del poder y poniendo por delante los intereses de los explotados y oprimidos del momento: obreros, campesinos y soldados que tuvieron por primera vez la posibilidad de acceder al ejercicio del poder económico y político de su tiempo. La revolución también significó un cambio radical en la educación, la ciencia, la cultura y las artes; permitiendo desarrollos en todos estos campos que habían sido impensables pocos años antes y que pusieron al alcance, de los rusos y las repúblicas soviéticas que se fundaron recursos desconocidos para ellos. Por algo Rosa Luxemburgo, más allá de sus reservas con la naciente revolución, señaló que los bolcheviques, por su claridad ideológica, arrojo y utopismo, solo eran comparables con los jacobinos franceses.

Pero la revolución también significó esperanza para cientos de millones de mujeres y hombres en todo el planeta que hasta ese momento solo habían acariciado el ideal socialista en la intimidad de sus creencias y el fragor de la lucha por la justicia, pero jamás como una posibilidad real y actuante, con un Estado obrero que recogiera sus reivindicaciones. Este efecto entre los trabajadores y pueblos del mundo tuvo como consecuencia inmediata una expansión organizativa sin precedentes en sindicatos y organizaciones populares de diverso tipo, así como en la creación y expansión de los partidos de izquierda, socialistas, comunistas y nacionalistas, que encarnaron las banderas de la justicia social, la independencia nacional y la libertad con una energía y éxitos que se desconocían hasta ese momento.  

Esta expansión organizativa de los pueblos fue clave para el logro de derechos, individuales, políticos y sobre todo sociales; en particular para el logro y la consolidación del estado de bienestar social en Europa occidental, en buena medida una respuesta que buscaba evitar que se repitiera en occidente la revolución de los soviets. Pero también para detener y derrotar al fascismo, ya que sin el concurso del poderío soviético —la epopeya que llevó al ejército rojo de Stalingrado a Berlín— y el esfuerzo de socialistas y comunistas ello hubiera sido imposible. De igual forma la impronta del octubre soviético se multiplicó también, ya no como revolución mundial —para muchos el pecado original— pero como revoluciones nacionales de gran magnitud, entre las que destacan las de China y Vietnam en el Asia y la de Cuba en América Latina. 

Sin embargo, el impacto de la revolución de octubre también tuvo su revés. Desde un primer momento, en el afán de afirmar su poderío los bolcheviques cierran la Asamblea Constituyente en marzo de 1918 al perder las elecciones frente a los social revolucionarios. Asimismo, en el curso de la guerra civil contra los rusos blancos continúan con la represión política, la que se agudiza después de la muerte de Lenin en 1924, para finalmente prohibirse toda disidencia luego de que Stalin se afirma como único líder en 1929. Este proceso culmina con el exterminio físico de la vieja guardia bolchevique que había hecho la revolución en los juicios de Moscú entre 1936 y 1938. El ideal de la dictadura del proletariado que traería la más amplia democracia para explotados y oprimidos deviene así en la dictadura de un partido, el Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, y finalmente de una persona: Stalin.

La dictadura del estado-partido-persona, termina luego de la segunda guerra mundial en una anteposición de los intereses nacionales de la entonces Unión Soviética frente a las reivindicaciones de los distintos pueblos. Bajo este signo se da la expansión del llamado “socialismo real” en Europa Oriental, el abandono y la traición de revoluciones como la yugoslava y la griega y finalmente la ruptura entre la Unión Soviética y la China Popular. Para unos, con León Trotsky a la cabeza, se trató de la conversión del grupo dirigente soviético en burocracia con intereses propios, distintos a los de los trabajadores. Para otros, el maoísmo de la revolución cultural china, de una restauración capitalista simple y llana que lleva a una regresión en toda la línea y a la conversión del interés nacional ruso en interés imperial.

El caso es que la revolución sufre un agudo estancamiento y finalmente una decadencia que la llevan a su colapso definitivo en 1991. A la revolución soviética no la derrota la guerra imperialista, el gran enemigo que estaba al acecho, sino sus propias contradicciones internas. Hablando en términos marxistas y para recordar al último y gran dirigente soviético Mijaíl Gorbachov, la Unión Soviética pierde la batalla de las fuerzas productivas, del desarrollo tecnológico, frente al mundo occidental y principalmente frente a los Estados Unidos. Este final ya había sido profetizado por los economistas de la Oposición de Izquierda dentro del bolchevismo a fines de la década de 1920 y por León Trotsky en varios de sus libros en la década de 1930. La represión política podía servir para la acumulación de capital a costa de grandes hambrunas pero finalmente el descuido de la productividad del trabajo lleva al estancamiento y a perder la batalla del progreso y el bienestar.

El colapso de la Unión Soviética en 1991 que sí lleva, sin duda, a una restauración capitalista —del peor de los capitalismos que es el mafioso— significa una derrota no sólo para el pueblo ruso y todos aquellos que formaban parte de esa unidad multinacional, sino también para todas las organizaciones que directa, indirecta o referencialmente, por su simpatía de izquierda, habían recibido la influencia del hecho revolucionario. De esa derrota toma ventaja el capitalismo internacional en la forma de la ofensiva neoliberal que asola el planeta en las últimas décadas, apuntando antes que nada a expropiar a los países de la propiedad pública y a los trabajadores y pueblos de sus derechos, en especial de sus derechos sociales.

Pero como vemos en América Latina con los movimientos sociales y los gobiernos progresistas de las últimas décadas  y en otras partes del planeta de igual manera con la energía de más y nuevos contingentes que salen a la palestra, la rebeldía y la voluntad de cambio contra el capitalismo salvaje no ha cesado con el colapso soviético.  El espíritu emancipador que nos legara la revolución de octubre sigue vivo. Toca ahora recordar a propósito de este centenario los errores cometidos para no repetirlos. El peor de estos errores, más allá de todas las circunstancias que lo permitieron e incluso animaron, es la dictadura. Ya no es posible y más todavía luego del fin de la Guerra Fría, lograr transformaciones sociales por la vía de la dictadura. Por más difícil que sea el camino del cambio social es la democracia, la competencia democrática, que permita que los cambios revolucionarios  sean contundentes y duraderos en el tiempo. Esa es nuestra tarea, no pequeña, pero la única vía factible que nos queda por delante.

 

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