Del miedo al vacío al proceso constituyente

Por: 

Nicolás Lynch

A estas alturas de la crisis política que vive el país a pocos les quedan dudas de que estamos en una crisis de régimen. La forma de gobernar el Perú que surgió del golpe de Estado del cinco de abril de 1992, la república neoliberal, está agotada. 

Sin embargo, conforme la crisis se profundiza también son más y más los que le tienen miedo a este agotamiento y se hacen la pregunta ¿y ahora qué? Aquí hay que diferenciar dos cosas. Primero, una cuestión es agotamiento y otra caducidad. La actual forma de gobernar: una democracia restringida que defiende los privilegios de unos pocos, esta agotada pero no caduca. Es decir, no sirve para seguir gobernando en una forma republicana y democrática, pero no necesariamente ha llegado a su fin. Podría regresar a las andadas de los noventas y dar un viraje autoritario que prolongara su agonía. Segundo, para evitar justamente la opción autoritaria hay que señalar, desde ahora, una estrategia que coloque al país en un camino distinto. 

En este sentido la consigna de ¡Cierre del Congreso y nuevas elecciones! asume la certeza ciudadana de que nada se puede sacar de este Congreso controlado por una mayoría que flagrantemente defiende sus intereses particulares. Por ello, el fujiaprismo no está interesado en ninguna reforma política, que inevitablemente le quitaría poder. Un nuevo Congreso podría expresar una correlación de fuerzas distinta que sería un mejor espacio para lograr avances democráticos y, sobre todo, evitar el viraje autoritario.

Pero quizás, la ganancia mayor de un cierre del Congreso y la elección de uno nuevo sería el inicio real, ya no sólo declarativo, de un proceso constituyente, para darle una solución de fondo a los problemas del país y lograr una Nueva Constitución que nos saque definitivamente del período neoliberal. La clave está entonces en ver esta reforma política como una oportunidad, en la que interesa priorizar los temas, como la apertura del sistema político permitiendo el registro de nuevos partidos y las elecciones primarias para democratizar la selección de candidatos, de manera tal que las fuerzas del cambio puedan competir en mejores condiciones para iniciar el proceso constituyente.

Ahora bien, en el caso de que se impongan los pactos en las alturas promovidos por los poderes fácticos y la mayoría fujimorista defienda sus sueldos por sobre todas las cosas, quedándose el Ejecutivo y el Congreso en el mismo lugar, la consigna del cierre del Congreso permitirá empatar con el ánimo de la calle y acumular fuerzas para una próxima coyuntura. Esto es crucial, porque dada la velocidad e intensidad con que suceden los hechos, el próximo momento de crisis promete ser de una magnitud mayor y quizás desconocida. No estar a la altura de las circunstancias sería una grave irresponsabilidad.

Pero ya sea en el escenario de nuevas elecciones o en el más probable y peor para el país de que todo siga deteriorándose con el fujiaprismo en el mismo lugar, se necesita una voluntad política que agrupe a todas las fuerzas antineoliberales para transitar de esta crisis de régimen sin salida a la vista a un proceso constituyente.
Solo un camino nuevo y distinto a la situación actual terminará con el miedo al vacío y llevará al Perú a construir un futuro para todos y no solo para una minoría.

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