México y su nuevo caudillo

Por: 

Francisco Durand

A contracorriente de lo que sucede en Sudamérica, marcada por la elección de Jair Bolsonaro en Brasil, México tomó un rumbo diferente con la elección de Andrés Manuel López Obrador (AMLO, nacido en Tabasco, 62 años). AMLO es un experimentado político que postuló por tercera vez a la presidencia, habiendo sido torpedeado en las dos anteriores. Arrasó ganando en 22 de 32 estados, logrando mayoría en ambas cámaras y obteniendo un sólido 53% de los votos. “Es la esperanza de México”, dijo el taxista entusiasmado, camino al hotel cerca de El Zócalo, desde donde gobierna. A la mañana siguiente, el diario La Jornada publicaba un titular insólito para países pro Norte como el Perú: “López Obrador decreta el fin de la era neoliberal”.  

Mientras tanto AMLO gobierna por consulta (empezando con la cancelación del nuevo aeropuerto, previa compensación a los inversionistas), organiza conferencias mañaneras con reporteros (en lugar de grandes periodistas) en distintos lugares del país, una suerte de presidencia itinerante a lo Juárez. Se está elaborando un Plan Nacional, donde debe concretarse cómo cancelan la era neoliberal inaugurada por Salinas de Gortari, el firmante del TLC con los EUA, un tratado que AMLO condeno en su momento y que ahora no propone cambiarlo. El Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) se mantiene unido y al interior coexisten distintos grupos que AMLO, caudillistamente, dirige.

Entre quienes lo apoyan, que son muchos, están quienes ven en él un nuevo líder que inicia su gobierno luchando contra “la mafia” que gobernó su México lindo y querido. Su lema en la campaña del 2018 fue “primero los pobres”. Para confirmación de sus esperanzas. AMLO empezó aumentando los salarios y las pensiones, ofreciendo un plan de créditos a los campesinos, defendiendo el medio ambiente y cancelando concesiones mineras.

Para dar ejemplo, recortó el sueldo presidencial, vendió el avión, obligó al resto de funcionarios a nivelarse, dado que la Constitución de 1917 manda que nadie gane más que el presidente, una norma olvidada. Esta política de austeridad también se revela en el presupuesto, donde se imponen drásticos recortes, entre los cuales están los sueldos de los profesores universitarios. Hablamos con uno de ellos en su casa en Polanco que fue particularmente escéptico.  

Con los grandes empresarios su hombre de enlace es Arroyo, a quien algunos entusiastas lo consideran representante de la “burguesía nacional”, esperando que se forme un bloque empresarial progresista. AMLO se reúne con empresarios de todos los niveles, no solo con los grandes.  Para sus críticos de izquierda, Arroyo es un típico empresario mexicano, en búsqueda de las mismas oportunidades de negocios de siempre. AMLO ha anunciado dos megaproyectos: un tren maya, y otro que cruce el istmo de Tehuantepec, donde el territorio se angosta, con lo cual espera aquietar el frente empresarial, dar empleo y mejorar la infraestructura, pero lo hace en áreas social y ecológicamente sensibles.

Se observa impaciencia y una cierta independencia en sectores intelectuales de izquierda y algunos sindicatos. Lo ocurrido en una sesión programada para el día que debíamos reunirnos en la Cámara de Diputados para discutir la justicia fiscal, un evento organizado por Latindadd, es indicativa. Desde la mañana, decenas de organizadores y piqueteros del sindicato magisterial fueron rodeando el gigantesco local, que quedó rodeado, obligando a los organizadores a suspender la sesión.

En materia de Relaciones Exteriores, a pesar de las tensiones generadas por Trump sobre el muro y sus prejuicios sobre migrantes mexicanos, no se ha llegado a un punto de tensión y nadie espera una ruptura. Es un frente complicado. AMLO quiere atraer inversiones norteamericanas. Un día antes de partir, la prensa informaba de una reunión en privado entre AMLO y Jared Kushner que tuvo lugar en la case del copresidente de Televisa, el gigante mediático corporativo ligado al PRI y acomodado a todos los gobiernos.

México, junto con Uruguay, ha logrado una “sana distancia” en el caso de la crisis venezolana. AMLO ha tomado una posición distinta al pro washingtoniano grupo de Lima, factor que ha servido para evitar aventuras militares o intentos de considerar a Juan Guaidó como presidente legítimo que no requiere de diálogo. Aquí hay otro campo de equilibrio. Como bien dijera un colega, México nunca perdió de vista el sur del continente: “solo que usábamos el espejo retrovisor”. Los presidentes neoliberales (Salinas de Gortari, Fox, Calderón y Peña Nieto) anhelaban que el país fuera parte de Norteamérica y estar camino al Primer Mundo. Ese sueño sigue siendo un sueño. Ni el NAFTA ni la entrada a la OCDE lo han hecho realidad, ni siquiera como mínimo.

Ahora el plan es abandonar la ortodoxia y cambiar de rumbo. AMLO plantea volver a levantar a PEMEX, agobiada por la corrupción empresarial y sindical, cuya capacidad de refinamiento de petróleo ha caído, teniendo además el agravante de acumular una gigantesca deuda estimada en más de $100,000 millones. Iguales medidas se han anunciado para recuperar la agenda nacionalista que heredaron de Cárdenas en el sector energía eléctrica. Mientras tanto, el país queda a la espera de medidas concretas en el Plan Nacional que se prepara.

De modo que la anunciada Cuarta Transformación de México (la primera fue la Independencia, la segunda la reforma de Juárez y la tercera la Revolución Mexicana) está en marcha. Es al mismo tiempo un problema y una posibilidad. Los ojos de América Latina, sobre todo de la debilitada pero todavía existente ala progresista, están a la espera de  eventos en México, que, por más sospechas o reclamos que existan, cuentan con un presidente con el 80% de aprobación que ha reconectado el Estado con el país. Ándale, ándale.

AMLO debe marcar la agenda y no dejar que el poder económico y el poder mediático, con el cual hay una suerte de compás de espera, lo comiencen a arrinconar. Mientras tanto, el PAN, esa mezcla de neoliberalismo moderno y cristianismo a la antigua, se mantiene fuerte, a la espera que AMLO fracase.

El taxista que me lleva de vuelta al aeropuerto, menos joven que el que me trajo, no tiene muchas expectativas. Su estado de ánimo se refleja en una frase preocupante “Me contento si AMLO roba menos que los anteriores”. Razón no le falta. La guerra contra la corrupción se ha anunciado pero no ha comenzado. El caso Odebrecht anda estancado; una orden judicial impone la reserva de documento por cinco años, pero en otros casos hay esperanza de mayor transparencia.  

 Para cuando AMLO termina su mandato, y se irá, como ha prometido, (“no voy a la reelección”), a su rancho en Palenque (que tiene como nombre La Chingada), sabremos qué tanto habrá avanzado la Cuarta Transformación. Híjole 

 

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