La venganza en tiempos de Ollanta: El persistente daño a la institucionalidad*

Por: 

Lucía Alvites S

Hago este artículo terminando de releer la renuncia de Ricardo Jiménez Pimentel al Partido Nacionalista Peruano. Si bien ya venía con muchas ganas de escribir, la renuncia de este destacado militante de la Juventud Nacionalista desde el 2006, reconocido profesional y ex asesor principal de la bancada nacionalista, como se dice, “me movió”. En ella, Ricardo menciona “que la cacería de brujas ha llegado vorazmente también al partido”, algo que corrobora lo que viene pasando en diversos estamentos del gobierno y cuya máxima expresión fue la impresentable sanción a Javier Diez Canseco. Una dinámica de control, coerción, amenaza, sanción y hasta ensañamiento, que aparece cada vez más necesaria en la medida que la inteligencia y la ética se vuelven peligrosas y perseguibles.

Pero la espuria sanción a Diez Canseco, más allá de los titulares de un par de días y de la indignación comprensible que ha desatado, genera algo más profundo, grave y difícil de aquilatar a primera vista, el irresponsable daño que se hace persistentemente a la institucionalidad democrática en su conjunto, en este caso al Congreso de la República, justamente una de las instancias que ya es de las más desprestigiadas ante la población. Más allá de los cálculos inmediatos y las pequeñeces de la contingencia política, este es el mensaje que queda subyacente a toda la población. El gobierno y el nacionalismo nos han dejado claro que los temas éticos en el poder legislativo no se discuten bajo los lineamientos de honestidad o lucha contra la corrupción, se debaten y peor aún se votan por cálculos de grupo y aún venganzas políticas, tal cual en el fujimorismo y el aprismo. 

Como joven me pregunto. ¿Piensan que pueden hablar de “ética” cuando firman una cosa para luego hacer otra y que eso no daña gravemente al país, a la Patria? Es el caso triste, no cabe otra palabra que triste, si se piensa en las esperanzas con que lo votó la juventud que quería renovar esta política insoportablemente deshonesta, del congresista Sergio Tejada, quien presentó el informe en minoría en la Comisión de Ética en donde declaraba infundada la denuncia contra Diez Canseco, pero sin explicación alguna se abstuvo a la hora de la votación, bajo las miradas de control de la Ministra de la Mujer y la Vice Presidenta del Perú (en ese momento ejerciendo labor presidencial), para posteriormente declarar a los medios de comunicación que no está de acuerdo con la sanción.

Ricardo y Sergio, con quienes he compartido esperanzas, esfuerzos y amistad, son el símbolo de que, en cuestiones éticas, ya no hay espacio para términos medios, ni en el nacionalismo ni en el Perú, para nosotros los jóvenes. O entramos ya sin frenos en la decadencia ética y el abandono de todo escrúpulo para seguir las veleidades  de la vieja clase política, a la que ahora se suma alegremente el nacionalismo, aún al costo de degradarnos a nosotros mismos públicamente, o enfrentamos con coraje cívico, sin temores, la cacería de brujas de lo viejo y corrupto, con la consciencia que hoy más que nunca antes las fuerzas de regeneración política y de saneamiento moral que laten en el pueblo representan casi una necesidad de sobrevivencia como sociedad, la tarea histórica que nos reclaman la Patria y la Nación.

Como dijo San Martín, “cada uno es centinela de su vida”, pero saberlo es ya un imprescindible punto de partida.

 

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