La paisana Jacinta: ¿estereotipo racista?

Hace dos semanas se reestrenó la serie televisiva “La paisana Jacinta” cuyos capítulos anteriores venían siendo repetidos por Frecuencia Latina (Canal 2) en horario de protección al menor.

Hace dos semanas se reestrenó la serie televisiva “La paisana Jacinta” cuyos capítulos anteriores venían siendo repetidos por Frecuencia Latina (Canal 2) en horario de protección al menor. En esta nueva temporada señalaron que  no caerían en el racismo y pretendían evolucionar en términos de guión. Pero, ¿qué evolución puede haber en un programa cuya protagonista es la caricaturización más exagerada de los estereotipos que se buscan adjudicar a las mujeres andinas? Vimos las primeras escenas de aquel primer capítulo y comprobamos que la “evolución” era sólo un discurso vacío.

Se han escrito varias columnas de opinión sobre el regreso de este personaje y de este programa. Para algunos el racismo es evidente, para otros se trata sólo de una “comedia”, otros señalan que “los hace reír”, e incluso se ha publicado una encuesta que señala que el 59% de los encuestados no considera ni racista ni ofensiva la serie. Lo que debería llamar nuestra atención es justamente ese 59% que puede sentirse indiferente frente a lo que salta a los ojos. No nos extraña que haga reír en un contexto como el nuestro donde el racismo subsiste justamente en la perversidad de aquellas “bromas” que  oímos y reproducimos, a veces, de manera involuntaria. La cotidianeidad las ha superado y el rechazo y la indignación ante las mismas es menos que mínimo.

¿Qué muestra la paisana Jacinta? Este personaje te presenta a una peruana que  viene a la capital a buscar trabajo, que no entiende bien el castellano (razón por la cual se mete en problemas), que no conoce sus derechos ni laborales, ni de género, ni fundamentales y es, por ello, presa del abuso de quienes “le brindan un cachuelo” ya que trabaja en las peores condiciones y siempre en la informalidad. Además, reproduce un discurso machista al agredir ella misma a mujeres por la manera en que están vestidas, enfatizando el discurso de que si a una mujer la violentan en la calle es culpa suya (ni qué decir de los personajes masculinos que ejercen esta figura de manera sistemática en la serie). También representa un estereotipo físico que atribuyen a las mujeres andinas y que dista de ser real. La idea de los dientes picados, por ejemplo, es elocuente. Finalmente, como señala Jorge Frisancho, la paisana Jacinta es “singular”. En el programa no vemos a otras personas similares ni cercanas. Vale decir, migra hacia la capital, pero no la hace suya. No hay un sentido de pertenencia ni de identificación ni cercanía con alguien más. Por ello es sujeto de marginación y discriminación. La idea de ella como “ajena” y no como parte de un “nosotros” es tal vez la más perversa de todas.

Amparados en la “libertad de empresa”, evidentemente, Frecuencia Latina seguirá transmitiendo el programa, aún cuando iniciativas, una de ellas liderada por la parlamentaria Hilaria Supa, toquen la puerta del canal pidiendo que saquen el programa del aire. Nos parece un gesto interesante y simbólicamente positivo, pero somos conscientes de que el autoritarismo del rating por sobre los criterios éticos permanece, sobre todo en un país que sigue teniendo defensores tan enérgicos de la “autoregulación” que, como vemos, no existe. Lo ideal, para defendernos de estos programas, sería contar con una Ley de Medios como hemos señalado anteriormente en Otra Mirada.

“La Paisana Jacinta” no hace alusión a un personaje único, sino a un sector de la población largamente discriminado y violentado. Recordemos, por ejemplo, que el 75% de víctimas fatales del conflicto armado interno tenía como idioma materno el quechua o el aimara, que las mujeres fueron utilizadas como botín de guerra por parte de los terroristas, pero también del Estado, que hay 2073 testimonios de mujeres que fueron esterilizadas contra su voluntad durante la dictadura fujimorista y que no ven justicia hasta el día de hoy, que subsisten las brechas salariales entre mujeres y hombres que desarrollan la misma actividad, que el Estado y la iglesia quieren seguir gobernando sobre los cuerpos de todas las mujeres a quienes no dejan decidir sobre sí mismas, etc. Cuidado con las bromas porque no es contra una de nosotras, sino contra todas.

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