Fanatismo e ideología política

Por: 

Pablo Najarro Carnero

La historia nos ha enseñado que todo fanatismo es peligroso. Un claro ejemplo extremo lo fue la iglesia católica. Y en ciertos sectores lo siguen siendo. Se dice que “el fanatismo se sustenta o identifica por cinco principales señas de identidad: (1) el deseo de imponer sus propias ideas, (2) el despreciar a quienes son diferentes, (3) el basarse en una serie de ideas que son incuestionables, (4) el tener una visión “cuadriculada” de las cosas pues todo es blanco o negro, y finalmente (5) el carecer por completo de todo espíritu crítico”. La ideología en sentido político, es buena y respetable. Pero esta última elección presidencial se ha caracterizado por este desaforado apasionamiento del tono político. En el caso del fujimorismo, se ha llegado a extremos que superan la razón. Al fanatismo clásico se ha agregado, en primer lugar, la mentira en todos sus tonos. Se ha agregado, además, el querer pagar para que opten –aun sin convencimiento– por alguna ideología.

Estas dos últimas acciones de por sí ya son cuasi delincuenciales. De hecho no están tipificadas por la ley, aunque el jurado político lo diga. Estas prácticas no son extrañas en nuestro andar político. El fujimorismo patriarcal –léase Alberto Kenya Fujimori– ya lo había practicado. El comprar conciencias, el inducir mentiras lo habíamos visto en el decenio del dictador. Su hija no ha cambiado el estilo. Sonó a pulla la frase de Kuczynski, pero era verdad, “no has cambiado pelona”. Y suena también a verdad el refrán “De tal palo, tal astilla”. No hay duda de que en la heredera se cumplen las dos sentencias.

Resulta preocupante además –por decir lo menos– que los partidarios linden en estos territorios. Hay una obnubilación supina frente a lo evidente, lo verdadero. Siempre tienen el argumento para justificar lo injustificable. Cuando no los tienen llegan a los argumentos ofensivos –ad hominem– y resulta una pena que entre amigos se haya llegado a este nivel. En esta última línea de batalla se ha llegado a esto. Espero no haber perdido amigos.

Pero la política no puede ni debe desvirtuarse así. El país va más allá del apasionamiento. El apasionamiento justo es el bien del Perú. La búsqueda del bien común y la justicia social, sí. Pero cuando ese apasionamiento llega a los linderos de justificar el delito, significa que hemos llegado –como país– a los niveles más bajos y peligrosos. El ser un estado proclive al delito, al narcotráfico, a la deshumanización, no debe ser el norte de cada peruano. Las últimas elecciones han revelado una preocupante tendencia a una axiología negativa, que si no la enfrentamos, será la herencia de las futuras generaciones. Ojalá podamos enmendar a tiempo esta tendencia en aumento.

Publicado en Los Andes 

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