El poder y la muerte*

Por: 

Imelda Vega-Centeno B.

Somos testigos de los esfuerzos del chavismo por apuntalar la ficción de que “Chávez sigue siendo presidente para que sus fieles arreglen la transición a puerta cerrada” (El País), y del posible aprovechamiento de cualquier remisión de la dolencia para hacer jurar a un fantasma, llegando hasta la ingeniería lingüística de la constitución para interpretarla con “flexibilidad dinámica” (N. Maduro);  lo que asombra a algunos y escandaliza a otros.

Venezolana de Televisión transmite varias veces al día un vídeo titulado #YoSoyChávez. Allí la figura del líder se alza como levitando, en cámara lenta, entre niños de sonrisa angelical. Besa las manos que se le ofrecen, levanta delicadamente a un bebé en el aire, abraza con ternura a una anciana. “Exijo lealtad absoluta porque yo no soy yo, ¡yo soy un pueblo, carajo!”, truena la voz de Hugo Chávez sobre un clímax musical. En respuesta un transeúnte afirma: “En Venezuela nosotros somos felices gracias a nuestro presidente Hugo Chávez Frías”.

¿Es nuevo este afán por conjurar la muerte de un hombre que detenta el poder? Quien ejerce el poder, más si es omnímodo y dura 14 años, desarrolla una megalomanía más allá de lo racional: “es evidente que el narcisismo de Chávez y sus prolongados esfuerzos por figurar como reencarnación de Bolívar han abonado el terreno para su deificación como garantía de continuidad del chavismo” (El País); por ello la propaganda afirma: “Chávez somos todos”, y una seguidora asegura, llorando: “Su pueblo sin él no es nada” (VTV)

Pero sin ir tan lejos, en el Perú, cuando en mayo de 1979, algunos periodistas anunciaron que Haya de la Torre –Presidente de la Asamblea Constituyente- padecía de un cáncer terminal, “El Comercio” editorializó al día siguiente que: “dicha afirmación significa una traición a la patria”… sí, El Comercio, que durante cuarenta años había anunciado la muerte del aprismo y clamado por la prisión de Haya… A su vez, sus discípulos estiraron la ficción de la vitalidad del líder para terminar la Constitución a paso de polka, y, pocos días antes de su muerte Haya la firmó, con una cruz, e hizo este histórico comentario político: “Ya está…”, todo esto publicado, magnificado, glorificado por la prensa, radio y TV como si se tratase de una frase excepcional para la historia.

En círculos vaticanos se habla de que los Papas mueren pero no enferman, el secretismo con que llevan los asuntos de salud son extremos, al punto de prohibir la autopsia de Juan Pablo I, muerto repentinamente durante el sueño en 1978…  aunque se tejan las peores hipótesis por no haberlo hecho.

La muerte es la última amenaza frente al poder del poderoso, cuya ficción de divinidad son ellos los primeros en creer, llámense Chávez o Haya. Sus seguidores –no políticos alternativos- llegarán a crear cierta atmósfera animista en la que, aun muerto, el líder seguiría siendo el gran numen tutelar, el tótem protector, presente en medio de un pueblo creyente, pero no politizado.

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