El fin del mito de la Lima de Todas Las Sangres

Por: 

Francisco Pérez García

El último fin de semana, tras los resultados electorales del 6 de junio, sentí pena por mi país. En realidad, sentí pena por Lima, mejor dicho, por algunos ciudadanos que viven en Lima -porque finalmente no son todos- que han optado por priorizar el discurso de odio más radical que solo veíamos en redes y por los medios a kilómetros de distancia, en la Brasil de Bolsonaro, o en los Estados Unidos de Trump. 

Hoy, al revisar los videos y las fotos de la “marcha por la democracia” y “en defensa del voto”, solo comprobamos que esa frase de “La Lima de Todas Las Sangres” quedaba bien como un lema para ponerlo en un polo con una tipografía de colores elaborada por algún diseñador “rankeado” para luego venderlo en ferias ubicadas en las zonas más acomodadas de Lima, con el cuento del emprendimiento. 

Queda solo como un lema marketero rodeado de cinismo, porque el comportamiento racista y clasista de una Lima atemorizada por una inexistente amenaza a sus propiedades, se ha visto alimentada por el -hasta hoy- perenne terror de que un peruano de la sierra, sin grandes ingresos económicos y sin el nivel educativo que la Lima exige (supuestamente) para la élite gobernante termine dirigiendo la vida de una Nación. 

Ya no es solo la exigencia de una candidata que queda en vergüenza a nivel internacional al gritar “fraude”, cuando los observadores de todos los colores han dicho que el proceso ha sido impecable, y cuando la prensa extranjera se da cuenta de la inclinación que ha tenido la cancha en este proceso y el poderío fáctico que la acompañó y la acompaña hasta el momento. No es solo eso, es el movimiento desesperado de la presunta lideresa de una organización criminal que está jugando sus últimas cartas para evitar enfrentar la justicia. 

Y lo más lamentable es que en ese trance cientos de peruanos y peruanos -limeños en particular- han acompañado esta comparsa, pero no solo defendiendo “sus votos” más que los votos rurales que la candidata y su aparataje pretenden destruir, sino que han apelado a lo más bajo de sus instintos racistas: mensajes violentos, amenazas de muerte, del “terruqueo” a mansalva pasaron al “choleo” indiscriminado, al “serraneo”, al señalar de frente al que piensa distinto y calificarlo como el integrante de una horda de salvajes que viene (sí, que viene porque nunca identificaron que esta Lima es provinciana desde hace décadas) a tumbarlo todo, a invadir sus casas, a tomar sus propiedades. 

Es ese clasismo que se incubó desde hace años cuando la señora de San Isidro “choleaba” a los niños de un colegio que iban a El Olivar a tomarse unas fotos porque “le afeaban” el paisaje “ni que fuera Parque Zonal”, es ese racismo que llevó a un alcalde miraflorino a detener a unos skaters que hacían piruetas frente a Larcomar porque “tenían pinta de delincuentes” (le faltó decir, “eran cholos, pues”), es esa discriminación que llevó a un periodista devenido en candidato a ofrecerle un jabón a un contrincante porque por su tono de piel no se baña. 

Ese racismo, ese clasismo se fue incubando por años, parecía que en el candidato del Opus Dei iba a encontrar a su Trump particular, pero no, no era él quien debía ser elevado como el elegido, finalmente necesitaban un estímulo extra para dejar aflorar ese ser despreciable que un humano puede tener. Necesitaban una persona que destilara odio en su accionar, que se sintiera predestinada a ser algo que no logró por esfuerzo ni por arrastre popular. 

Hoy, con un 0.2% de diferencia y con impugnaciones que -de seguir el patrón- no deberían ser fundadas, estamos ad portas de tener a nuestro primer presidente proveniente de la sierra peruana y eso no le gusta a la Lima centralista, la Lima clasista, la que pone muros para que del otro lado no pasen a su terreno. A esa Lima que hoy se apropia de la camiseta de una selección que para bien o para mal nos unía, y que no tiene mejor idea que cantar el Himno Nacional con el saludo del facho Mussolini y con sus antorchas a lo Ku Kux Klan en los últimos años de la supremacía blanca estadounidense. 

¿Lima de todas las sangres? Mientras estén en sus barrios y en sus asentamientos humanos, parecen decir mientras reclaman el “respeto a su voto” cuando -repito- intentan traerse abajo cientos de votos de peruanos y peruanas que le dijeron no a su candidata, a su modelo y a su forma de ver la patria. 

No sabemos que vaya a pasar mañana. No sabemos qué hará la candidata que pierde por tercera vez una elección y tendrá que -de todas formas- definir su futuro cercano sentada en el banquillo de los acusados. Lo que sí sabemos es que esos mensajes, esos insultos, esas amenazas y ese “serraneo” no será fácilmente olvidado y hoy se ha marcado una cancha, un punto de no retorno del cual pensamos que ya habíamos vuelto tras sobrepasar el Conflicto Armado Interno. Pensamos que habíamos entendido que el racismo y el no mirar al otro provocaron gran parte de ese escenario violento. Hoy veo que no. Y por eso me da pena Lima, por eso me da pena ver este espectáculo, ver los grupos de amigos partidos, los familiares perdidos. 30 años después el fujimorismo sigue causando daños a gran escala y no parece detenerse.