Carlos Tapia, in memoriam

Por: 

Nicolás Lynch

La noticia, por un mensaje de texto que me pone alerta. La confirmación de parte de Carola, su compañera, unos minutos más tarde. La noche larga, pensando en una vida intensa y sin tregua, ahora que esas vidas parecen estar en el desván de los recuerdos. Todo ello me hace ver que mi propia vida se ha hecho más corta, que “ya vivimos” como me dijo un amigo hace unos días. Sin embargo, no hay pensamiento que abarque la enorme tristeza que me habita, ni siquiera el sentimiento del final que tiene algo de sedante.

¿Qué legado nos deja Carlos? La virtud de la militancia, de la entrega consecuente y comprometida con un ideal de izquierda. Siempre atento, siempre presente, más allá de las circunstancias personales y/o colectivas. Allí estaba, una y otra vez, claro y animado, las más de las veces fuerte, como el primer día que nos conocimos.

La vida de Carlos Tapia ha sido emblemática. Ingresó al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Luis de la Puente Uceda a mediados de la década de 1960, decantándose por el MIR 4ta etapa y convirtiéndose después en su líder. Se forjó en el trabajo de base, mudándose de Lima a Huamanga, a la madriguera de lo que en ese entonces eran los primeros años de Sendero Luminoso, convirtiéndose junto con sus compañeros, en la oposición al senderismo y recogiendo un conocimiento meticuloso que le valdría más tarde para enfrentar la insania terrorista. Supo conducir a su organización a la unidad con otras organizaciones de izquierda, primero en el manifiesto de apoyo al paro del 19 de julio de 1977, luego en la constitución de la Unidad Democrático Popular (UDP) en 1978 y finalmente en la Izquierda Unida (IU) en 1981.

Lo conocí en 1977, en un viaje que hice, siendo profesor de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco a Ayacucho, a participar en un seminario sobre cuestiones agrarias en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga donde enseñaba. Me lo presentó Carlos Iván Degregori, quien lo acompañó en todas sus lides mientras hizo política, y recuerdo que me relató con especial orgullo el reciente triunfo de la lista estudiantil que su partido apoyaba para la federación universitaria sobre la lista auspiciada por el senderismo. Hace un par de años, me pidió que fuera a presentar un libro suyo a Huamanga porque él ya no podía subir a la altura, y al empezar la ceremonia tomó la palabra el rector de la Universidad que presidía la mesa para recordar que él como estudiante había conformado la lista que le ganó al senderismo el año 1977. Así era Carlos, capaz de conducir a sus huestes para sacarle los huevos del nido al más encarnizado enemigo.

Pero realmente nos acercamos y convertimos en compañeros de lucha en la década de 1980. Carlos y un grupo que también venía del MIR, Carlos Iván Degregori, Sinesio López, Beto Adrianzén entre ellos; habían dado un viraje muy significativo a principios de esa década, orientándose al socialismo democrático y zanjando con el marxismo-leninismo y el denominado “socialismo real”. Yo venía de una vertiente distinta, quizás si más ortodoxa, pero el tránsito a la democracia y la experiencia extranjera me habían permitido mutar también, por lo que se produjo una confluencia con estos compañeros. Todos formamos lo que coloquialmente se denominó “los zorros”, en alusión a la revista “El zorro de abajo” que se publicó a mediados de los ochenta. 

Este viraje colectivo le permitió a Carlos ser uno de los líderes de izquierda, no solo por conocimiento sino también por convicción ideológica, que más claramente zanjó con el senderismo. Ello le valió calumnias, tristemente de otros compañeros de izquierda, pero la realidad y la solidaridad finalmente se impusieron y ni las amenazas terroristas, el “fuego amigo” o la guerra sucia pudieron acallarlo. Su liderazgo en IU lo llevó al Congreso, siendo diputado por Lima entre 1985 y 1990, aunque su carácter no fue el de parlamentario como lo demostraría antes y después de ese período.

Sin embargo, el “marxismo caliente”, como le gustaba decir a Carlos Iván, no fue capaz de contagiar a la congeladora que encontró en la Izquierda Unida, todavía afincada mayoritariamente en la ortodoxia y el sectarismo consecuente. Estas raíces dogmáticas y sectarias no dejarían de expresarse en el Primer Congreso de IU, donde la victoria electoral que estaba cercana para la izquierda le fue arrebatada, paradójicamente, por ella misma debido a la división ocurrida.

Recuerdo el final de época en aquel tiempo, con dos hechos significativos, ambos ocurridos en reuniones del grupo en momentos diferentes. El primero, sucedió frente al televisor, viendo la caída de Nicolau Ceacescu, el dictador rumano, que observamos con esperanza en 1989; y luego, consternados, el encuentro de emergencia que tuvimos por el golpe del cinco de abril de 1992, cuyas proyecciones nefastas jamás avizoramos para la política peruana.

Empero, el fin de época de los ochenta no amilanó, a diferencia de otros compañeros, a Carlos Tapia. Continuó con su labor organizativa e incursionó como comentarista político. En la década de 1990 continuó como un firme antagonista del senderismo y del capitalismo neoliberal, pero denunciando al mismo tiempo el uso que la dupla Fujimori-Montesinos hacía de Sendero para justificar el golpe del cinco de abril, su “antipolítica” y la persecución del conjunto de la izquierda y el movimiento popular.

Con la vuelta del siglo y el regreso de la democracia continuó señalando la urgencia del trabajo político de organización popular y la necesidad de una plataforma de justicia social y democracia, que reivindicara al país y al pueblo. De allí, que luego de su participación en la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), no se limitó a su labor de analista ni fundó una ONG, sino que regresó de lleno a la política, porque consideraba que la única manera de llevar a cabo las conclusiones de la CVR era a través de una transformación democrática del Perú. Sus apuestas corrieron la suerte de este Perú, difícil y contradictorio, pero ello no las niega como tales. En este punto, su insistencia fue la necesidad de derrotar política e ideológicamente al senderismo y cualquier propuesta autoritaria con un programa de cambio y no sólo policial y militarmente como cree la derecha, tarea que le competía a los partidos que se llaman progresistas y de izquierda.

La última vez que nos encontramos, en la marcha por el Día Internacional de la Mujer de 2020, a poquísimos días del primer confinamiento Covid, estábamos levemente distanciados por discrepancias recientes. No fue óbice para que nos diéramos un fuerte abrazo, nos tratáramos de camaradas y nos riéramos harto de ese inmenso mundo que hemos compartido. 

¡Hasta la victoria siempre querido Carlos!

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