Bolivia: los dilemas de Evo

Por: 

Alberto Adrianzén M.

Conocí a Evo Morales durante en una visita que hice, conjuntamente con Allan Wagner cuando era Secretario General de la CAN, a La Paz en el 2005. En esos años Evo o “Hermano Evo”, como le decían y le dicen sus seguidores, era ya toda una figura central de la política. Diputado en ese momento, ya era un fuerte aspirante a la presidencia. En esa conversación, nos dijo unas palabras que hasta ahora repito y que resumen, con un poco de rudeza, el significado de la política: “en este país, alguien tiene que perder”. 

En el 2005 el clima era difícil y complejo. La democracia estaba en crisis, dos presidentes entre los años 2002 y el 2005 habían renunciado. Los bolivianos recordaban con orgullo la lucha por el agua, por el gas y contra el llamado tarifazo que habían llevado años antes. Los bolivianos no vivían una fiesta, sino más bien se encontraban en una suerte de campo de batalla que consistía en el bloqueo de caminos y carreteras en todo el país. 

Las encuestas, días antes de las elecciones de diciembre de ese año le daban a Evo entre un 33 y 35 por ciento. El resultado electoral fue espectacular: ganó en primera vuelta con más del 50%. Por primera vez, un indígena, dirigente sindical de los cocaleros, era elegido democráticamente como Presidente en un país indígena que hizo una revolución en 1952 para que “los indios” puedan caminar por la vereda. Por eso uno de sus primeros gestos, una vez Presidente, fue nombrar a una trabajadora del hogar como Ministra de Justicia acaso porque pensaba que los y las más pobres eran los que necesitaban más justicia. Evo no solo ha traído la estabilidad política y económica que antes no existía en Bolivia sino también algo que solemos olvidar: un cambio de la élite política en ese país. Hoy los gobernados son “muy parecidos” a Evo, algo que en Perú no ocurre.

Por eso los primeros años los dedicó a derrotar a los que tenía que derrotar: a las elites y a los empresarios que no reconocía su triunfo electoral y que conspiraban para derrocarlo, sobre todo a la derecha de la llamada Media Luna, en Santa Cruz, que es el oriente boliviano, rico en gas, petróleo, soya y ganadería. Como también dotar a Bolivia de una nueva Constitución. El otro derrotado fue Estados Unidos cuyo embajador había pedido públicamente en las elecciones del 2005 no votar por Evo Morales. En el 2008 la DEA abandona territorio boliviano y el 2013 la USAID, que hoy financia con 52 millones de dólares a la oposición venezolana encabezada por el “presidente virtual” Juan Guaidó (https://www.voanoticias.com/a), es expulsada por el gobierno de Evo Morales.

Es cierto que a Evo Morales se le puede cuestionar su actual intento por elegirse por cuarta vez consecutiva como Presidente, más aún cuando perdió, por escaso margen y en medio de una campaña mediática de mentiras y acusaciones todas ellas falsas, el referéndum de febrero de 2016 donde proponía una de reforma constitucional que buscaba legalizar esta reelección; sin embargo hay que decir su fortaleza como Presidente, es cierto que un poco desgastada políticamente, sigue en pie al lograr un largo ciclo de crecimiento y desarrollo económico en Bolivia. Hoy los bolivianos, en especial los sectores populares e indígenas, son más iguales que antes.  

Por eso su fortaleza está más ligada, como dice Fernando Molina en un reciente artículo en la revista Nueva Sociedad (“Bolivia: es la economía estúpida”), a un crecimiento económico sostenido con baja inflación y no a la política. La “evonimics”, como la llama Molina, consiste en la combinación de un “estatismo en las áreas estratégicas” y una alianza con el sector privado vinculado a la agroindustria, al comercio a gran escala y a las finanzas. Pero también con el sector, digamos, informal que ayuda a crecimiento del empleo. Existe, por lo tanto, un pacto de coexistencia pacífica entre ambos sectores. Dicho con otras palabras, entre el Estado y el mercado.  

Lo que existe es un sector generador de excedentes vinculado a las actividades petroleras, eléctricas, gasíferas, nacionalizadas por el Estado,  y otro generador de empleo e ingresos más ligado a la manufactura. Según Molina esto ha permitido que en Bolivia “gracias a las políticas nacionalistas del gobierno”, los excedentes provenientes del gas o del petróleo se “queden dentro de las fronteras”. Todo lo contario a lo que hoy sucede en Argentina que se refleja en la fuga de capitales, en el crecimiento de su deuda externa y en el sometimiento a las recetas del FMI que han terminado por “tumbarse” electoralmente al presidente Macri.

Otro dato importante, afirma Molina, es que, a comienzo del 2000, solo 3% de los depósitos en el sistema financiero estaban en moneda nacional o bolivianos y el resto en dólares. En el 2015 el 94% de los depósitos estaban en moneda nacional y el resto, el 6%, en moneda extranjera lo que ha permitido que el dólar no suba y que se mantenga, prácticamente, al mismo valor desde el 2011.

Hoy la totalidad de encuestas ubican a Evo Morales en el primer lugar de las preferencias electorales. Lo que se discute o lo que está en duda es si este 20 de octubre, día de las elecciones, Evo Morales logrará una diferencia de más de diez puntos sobre el expresidente Carlos Meza lo que permitiría evitar una segunda vuelta. Sin embargo, el futuro político es incierto en Bolivia, no solo porque de haber una segunda vuelta esta podría ser negativa para Evo Morales, sino, además, porque existen sectores de la oposición que afirman que no reconocerán un triunfo de Evo Morales ya sea en primera o en segunda vuelta por considerarlo ilegal. Este domingo Bolivia se juega su futuro. Evo está obligado a ganar en primera vuelta. Me pregunto si ganará la economía o la política, como también si triunfará el carácter simbólico que hasta hoy representa Evo Morales en un país básicamente indígena y plebeyo.                     

 

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